Esta columna tiene el fin de expresar mi solidaridad con las personas que han sido afectadas por la guerra en Colombia. Además es mi interés llamar la atención sobre cuál ha sido la posición de la sociedad sobre uno de los fenómenos más delicados de la historia del País.
Lo hago en el marco de la fecha instaurada para recordar y expresarles nuestra solidaridad a las víctimas. Lo hago con el pleno convencimiento que todos debemos aportar nuestro grano de arena en la construcción del gran edificio de la reconciliación y la paz.
El 9 de abril, durante todo el día, en las principales ciudades del país, miles de colombianos se solidarizaron con las víctimas, al tiempo muchas de ellas marcharon y le recordaron al país sus trágicas historias. Basta con escuchar algunas de ellas para reconocer que como sociedad le hemos fallado a cientos de compatriotas, los hemos dejado solos, nuestra indiferencia ha sido realmente abrumadora. No hay duda que para construir una nueva Colombia, una nación en paz, debemos cambiar dicha actitud.
Todd Howland, Representante en Colombia de la Alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos afirmó en su último artículo publicado en la revista Semana que: “Es curioso que la sociedad colombiana esté desconectada de las víctimas, aunque las víctimas son más del 10 % de la población. La cruda realidad es que fue imposible haber generado tantas víctimas sin la contribución -grande o pequeña, directa o indirecta- de todos y todas las colombianas: desde los consumidores hasta los empresarios, pasando por los funcionarios del gobierno del ámbito local, estatal y nacional. Colombia contó además con ayuda, no solo de colombianos sino de la comunidad internacional de diferentes formas, pequeñas o grandes, directas o indirectas”. Esta afirmación llama la atención sobre cuál ha sido nuestra actitud como ciudadanos durante décadas de conflicto y nos invita a reflexionar sobre cuál debe ser el nuevo rol de los colombianos con relación a este fenómeno.
¿Cómo podría cualquier ciudadano ser parte de la solución? Tomando conciencia de que el conflicto también le afecta y que en una sociedad sana no se puede mirar hacia otro lado cuando seres humanos están viviendo tanta atrocidad.
Inicialmente para tomar conciencia sobre el conflicto, se necesita conocer sus causas y en particular sus efectos. De la guerra y el conflicto solo queda el desarraigo, la desesperanza y la destrucción del capital social. Es evidente que este fenómeno no le permite alcanzar a Colombia mayores niveles de desarrollo humano. El informe de desarrollo humano para Colombia en 2011 así lo demuestra, la variable del conflicto rural disminuye un poco más de un 10% el IDH para el País.
Ahora bien, los gobiernos locales tienen que adelantar una tarea fundamental a favor de las víctimas. Los gobiernos municipales y el departamental deben asumir con mucha seriedad el diseño e implementación de Programas que contribuyan a la transformación positiva de las víctimas del conflicto.
Alcanzar justicia para las víctimas es sin dudas uno de los mayores retos para el país, el estado y la nación. En el artículo al que ya me he referido HOWLAND afirma con justificada razón que “La justicia de transición implica el compromiso de la sociedad con su pasado, el reconocimiento de que se cometieron errores y la transformación de la realidad de modo que no vuelvan a producirse violaciones y que aquellos que las sufrieron vean restituidos sus derechos”. Alcanzar este compromiso debe ser una de nuestras tareas como sociedad.
La jornada del 9 de abril pretendía que los colombianos que no han sido afectados por el conflicto se calcen los zapatos de aquellos que sí lo han sufrido y se solidaricen con las víctimas. Tengo mis dudas sobre el pleno logro del objetivo trazado. ¿Usted qué piensa?
Exdiputado del Tolima y docente universitario.