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Para quienes se quejan de “esos muchachos vagos y vándalos” del paro nacional en Ibagué

Editorial EL OLFATO

Ir al trabajo y encontrarse con un trancón le saca la piedra al más tranquilo. O que las concentraciones callejeras reduzcan las ventas de sus negocios desmoralizan a cualquiera. Sí, nadie lo puede ocultar.

Pero más allá de la coyuntura, Ibagué debe analizar el panorama completo y plantear salidas a corto, mediano y largo plazo, para que una crisis social y económica como esta no se vuelva a repetir.

Las autoridades, el sector productivo, la academia y la sociedad civil deben entender que esa “muchachada barrial”, como la denominó el hábil senador Gustavo Petro, es una generación que creció en medio de necesidades básicas insatisfechas y con fácil acceso a Internet y redes sociales.

Ellos, como viven ‘hipercomunicados’, era lógico que salieran en manada, como ‘lobos’ a exigir cambios sociales. Algo parecido a lo que ocurrió hace una década con la Primavera Árabe, guardando las proporciones.

Esos chicos de 18 años -que están emberracados en las calles y en las redes sociales- tenían 13 cuando un grupo de políticos (muchos de ellos aún vigentes y posando de transparentes) y contratistas corruptos les quitaron la Unidad Deportiva de la calle 42 y el Parque Deportivo.

¿Qué hicieron esos jóvenes durante este tiempo? Tirar calle, seguramente. No pudieron volver a la piscina de olas del Parque Deportivo, tal vez la única alternativa de entretenimiento dominical. No pudieron disfrutar de los ‘picados’ de fútbol en las canchas de la 42.

Los medios de comunicación, los órganos de control, los políticos y los funcionarios públicos nos concentramos en las investigaciones y las condenas judiciales, pero nadie se ocupó de brindarles alternativas de entretenimiento y formación a esos muchachos.

Las universidades tampoco aparecieron. Los cinco o 10 empresarios ricos de Ibagué también pasaron de agache. Nadie salió al rescate de los pequeños ‘lobos’ que deambulaban por las calles de la ciudad en estos últimos cinco años.

Ellos, mientras tanto, se alimentaron de la desesperanza y la frustración de sus padres desempleados, del hambre, de la desigualdad, de las barreras de acceso a la educación y de la desatención de ese Estado que hoy pretende silenciarlos con gases lacrimógenos y con bala.

Ahora, hay que salir rápido a controlar este incendio. Lastimosamente, el presidente Iván Duque y el uribismo intentaron apagar el fuego con gasolina, y cuando vieron la dimensión de la conflagración -nacional e internacional- entraron a dialogar con los manifestantes.

Lo primero que hizo Duque fue anunciar la gratuidad de la educación superior para los estratos uno, dos y tres.   

Por fortuna, antes del paro nacional, el gobernador del Tolima, Ricardo Orozco, ya había anunciado que mantendrá la matrícula cero en las instituciones oficiales de educación superior del departamento hasta el año 2023.

Pero esto no es suficiente. Hay que salir a buscar los niños de seis, ocho y 10 años que están deambulando por las mismas calles que caminaron los enfurecidos ‘lobos’ de hoy.

Los empresarios, las cajas de compensación familiar, las autoridades locales y las universidades deben trazar programas conjuntos para intervenir los barrios con programas sociales, académicos, lúdicos y deportivos.

Si eso no se hace, las redes del narcotráfico, las bandas delincuenciales y los políticos populistas estarán al acecho para utilizarlos.

Ya es hora de actuar y pasar la página. La solución no está en comprar pistolas para disolver las marchas. No está en militarizar la ciudad.

Posdata: Los manifestantes deben buscar el respaldo ciudadano, no la ira y la rabia. Los bloqueos prolongados de las vías afectan la débil economía local. La Marcha Carnaval del viernes es una buena demostración de que se puede protestar, sin paralizar completamente el comercio.

El propietario de un restaurante del sector de La Macarena dijo que las ventas han estado más difíciles ahora, con el paro nacional, que durante la etapa más crítica de la pandemia del COVID-19.  Por eso es necesario que haya empatía de parte y parte.

Sí hay que protestar. Sí hay que resistir, pero: ¿qué tal un poco de creatividad?

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