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La historia de los ocho días

Los inocentes habían recuperado algo más que su libertad; habían recobrado su dignidad y buen nombre, que habían sido mancillados por las acusaciones injustas.
Ibagué
Autor: Redacción Ibagué
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Redacción Ibagué
La historia de los ocho días

Por: Laura Valentina Vásquez.

Néstor Vásquez y Manuel Vásquez eran dos hombres que habían forjado sus vidas en el municipio de Fusagasugá, ubicado entre los cerros Fusacatán y Quininí, en el departamento de Cundinamarca. Eran conocidos como comerciantes humildes, dedicados a la construcción y con un modesto negocio de ferretería en una zona comercial.

Su reputación siempre había sido intachable; eran trabajadores incansables y honrados en todas sus acciones. Además, eran queridos por la comunidad debido a su participación en la Junta de Acción Comunal del barrio y su constante disposición para ayudar en todo lo que estuviera a su alcance.

La tarde del 21 de septiembre de 1999, Néstor recibió una llamada que cambiaría sus vidas para siempre. El hombre al otro lado de la línea se identificó como el comandante Iván, perteneciente a un supuesto grupo de las Farc. Con una voz amenazante, Iván exigió que Néstor y Manuel consignaran $5.000.000 en una cuenta bancaria, bajo la amenaza de atentar contra sus vidas y las de sus familias en caso de no cumplir con el requerimiento. Temerosos y angustiados, los comerciantes intentaron explicar que sus recursos económicos eran sumamente escasos, pero las palabras del comandante retumbaron en sus oídos: "Pues se consiguen la plata".

Conscientes de que su situación económica no les permitiría cumplir con las demandas del grupo armado, Néstor y Manuel decidieron reunir todo lo que tenían y hacer una nueva propuesta al comandante. El sujeto aceptó y les indicó consignar $1.000.000 en la cuenta designada. Parecía que habían encontrado una solución momentánea para proteger a sus seres queridos. Tras la transacción, las amenazas se disiparon y vivieron durante meses en relativa tranquilidad, pensando que habían escapado de una pesadilla.

Sin embargo, seis meses después, el teléfono volvió a sonar y la voz de Iván volvió a llenar el espacio. Esta vez, las palabras eran aún más duras, acusando a Néstor y Manuel de no haber cumplido completamente con su obligación. Los comerciantes se defendieron, explicando que sus limitaciones económicas les habían impedido consignar la cantidad inicialmente exigida. Pero el comandante les dio una alternativa que los heló de terror.

Les dijo que debían "colaborar" en el que claramente era un nuevo acto de extorsión. Iván les informó que una mujer, a la que habían instruido cuidadosamente, se presentaría en su ferretería ese mismo día para hacer un "aporte a la causa". Ellos se negaron, pero el delincuente les advirtió que no tenían alternativa y que la mujer ya había recibido indicaciones para llevar la suma de dinero a su dirección y a nombre de ellos.

Día 1: ¿Detenidos o secuestrados?

Néstor y Manuel regresaron a su hogar después de una larga jornada llena de tensión y angustia, temiendo sobre lo que podrían encontrar en su hogar. Al llegar, se toparon con una mujer que esperaba en su puerta, sosteniendo una bolsa con la suma de dinero exigida. Sin embargo, los comerciantes, con nervios a flor de piel, rechazaron el dinero y trataron de explicar a la desconcertada mujer que todo era un terrible malentendido. Insistieron en que no tenían ninguna conexión con las personas que la habían contactado.

Antes de que pudieran ofrecer más explicaciones, una escena inquietante se desplegó ante sus ojos. Hombres vestidos de civil, con armas en sus manos, emergieron de todas partes y rodearon a Néstor y Manuel. Rápidamente, los esposaron y los llevaron a un automóvil particular. El miedo y la confusión se apoderaron de los hermanos, porque estos hombres no tenían ninguna identificación gubernamental que los respaldara. No sabían si estaban siendo detenidos por las autoridades o si se encontraban en manos de algún grupo ilegal.

Durante el trayecto, las personas que los custodiaban finalmente se identificaron como agentes de la SIJIN de la Policía. Les explicaron que estaban siendo acusados de extorsionar a todo el comercio de Fusagasugá, una acusación que los dejó atónitos. Los condujeron al calabozo del cuartel de la Policía, donde compartieron celda con otros detenidos desde las 7:00 de la noche. La información que se les proporcionó a los demás presos era que "iban a llevar a dos guerrilleros peligrosos que habían detenido". Esto inusualmente generó un trato más respetuoso por parte de los otros detenidos, que desconocían la verdadera situación de Néstor y Manuel.

A pesar de la peculiar consideración de los demás presos, la incertidumbre y el miedo persistieron. Pasaron horas en esa celda, sin saber cuál sería su destino. Finalmente, alrededor de la medianoche, los sacaron esposados y los subieron a otra camioneta particular. A pesar de sus preguntas insistentes, los agentes se mantuvieron en silencio, sin proporcionarles ninguna información sobre su destino.

Día 2: como juguetes en vitrina

La pesadilla de los hermanos Vásquez los llevó a los fríos calabozos del DAS en la bulliciosa Bogotá. Su situación empeoró al darse cuenta de que no recibirían desayuno; de hecho, no habían comido nada desde el día anterior en horas de la tarde. Las horas pasaron lentamente en una habitación sombría mientras sus estómagos rugían de hambre. Fue solo a las 2:00 de la tarde cuando finalmente les enviaron dinero desde su hogar en Fusagasugá, lo que les permitió saciar su necesidad más básica, la comida.

Pero su sufrimiento no se detuvo allí. Los sacaron de sus celdas para una reseña y los exhibieron ante las cámaras de los noticieros. En las pantallas de televisión, se les señalaba como extorsionistas que tenían aterrada a toda la región del Sumapaz. Les decían que serían enviados a cárceles temidas como La Picota o La Modelo mientras su caso era discutido en los tribunales.

Sin embargo, el destino tenía otro plan. La noticia de la detención de Néstor y Manuel se propagó con la velocidad de la luz y la Asociación de Juntas de Acción Comunal de su municipio decidió alzar su voz en protesta. Argumentaron que los dos hermanos eran conocidos en la comunidad y habían sido trabajadores incansables. La policía reunió a todos los comerciantes que habían sido víctimas de extorsión y presentó a Néstor y Manuel como los presuntos delincuentes responsables de su llanto. Pero, para sorpresa de todos, muchos de los comerciantes los reconocieron, ya que “Los Vásquez” también eran parte de la familia comercial en Fusagasugá. Fueron defendidos con pasión, con las palabras resonando como un eco de honestidad y honorabilidad.

La noticia se esparció por todo el municipio y la indignación creció. Los habitantes de Fusagasugá se unieron en una poderosa muestra de solidaridad, generando presión en las autoridades locales y regionales. Exigían justicia y la liberación de los dos hermanos, dejando claro que en su comunidad Néstor y Manuel eran respetados y apreciados.

La presión de la comunidad tuvo un impacto inmediato. Ese mismo día, las autoridades finalmente cedieron a la evidencia abrumadora. Néstor y Manuel fueron trasladados nuevamente a Fusagasugá, regresando al calabozo municipal en horas de la noche.

Día 3: temidos por los rudos

Los Vásquez se encontraban en una situación que iba más allá de cualquier pesadilla que hubieran imaginado. Sin embargo, al ser etiquetados como peligrosos delincuentes en los medios de comunicación y en boca de los agentes de Policía, los otros presos se mostraron abiertamente respetuosos hacia ellos. Las miradas curiosas y las preguntas amables llenaban el aire del calabozo.

Todos parecían sentir una gran curiosidad por la historia de los hermanos, tratando de entender cómo dos hombres conocidos por ser trabajadores y honorables se encontraban en esa situación. Además de guardar una distancia considerable porque se trataba de dos “guerrilleros peligrosos”.

Esta actitud de respeto y temor por parte de los demás presos hizo que la estancia de Néstor y Manuel en el calabozo fuera más llevadera de lo que jamás habrían imaginado. A pesar de las difíciles condiciones, la humanidad y el interés genuino de sus compañeros de celda hicieron que la experiencia no fuera tan desagradable como podría haber sido. La comunidad de reclusos compartía historias, conversaba y creaba un pequeño refugio de apoyo en medio de la adversidad.

Día 4: el parecer de la mayoría

El barrio Fusacatán se convirtió en una familia de solidaridad y apoyo cuando se enteraron de su difícil situación. Sus vecinos, conmovidos por la injusticia que estaban viviendo, decidieron unirse para defender a los dos hermanos. Con determinación, organizaron un memorial en su honor y se propusieron recoger firmas en defensa de Néstor y Manuel para presentarlas a la Fiscalía.

La recolección de firmas fue un evento conmovedor. Los vecinos se congregaron en el barrio, reuniendo testimonios y expresando sus deseos de justicia. Familias enteras se unieron a la causa, y la comunidad mostró su unidad y solidaridad al estampar sus nombres en las hojas de firmas.

En medio de la efervescencia de la recolección de firmas, llegó otra luz de esperanza a la historia. Un amigo cercano de Néstor y Manuel, consciente de la gravedad del caso, les envió un abogado que había evaluado la situación y consideraba que se trataba de un asunto de trascendencia nacional. Este abogado, con experiencia y amplio conocimiento legal, les ofreció su ayuda, pero con una condición: debían firmar un poder para que se hiciera cargo del caso.

Los hermanos, con recursos económicos limitados y conscientes de que la defensa legal tendría un costo significativo, se vieron en la difícil decisión de tener que dejar una prenda de garantía para cubrir los gastos legales. Los dos lotes que estaban a su nombre en Fusagasugá se convirtieron en esa prenda. El valor de estos lotes ascendía a los 12 millones de pesos colombianos que costaba el proceso, una suma importante que representaba un sacrificio significativo para Néstor y Manuel. A pesar de la carga económica que suponía, los dos hermanos tomaron la decisión de dejar los lotes como garantía, confiando en que el abogado designado haría todo lo posible para limpiar sus nombres y restaurar su reputación. Cabe resaltar que no tenían muchas opciones, ya que los dos se encontraban detenidos.

Día 5: ¡No agache la cabeza!

El abogado comenzó a trabajar incansablemente, en busca de pruebas y testimonios que pudieran arrojar luz sobre el momento de su detención. La comunidad se había unido en un acto de solidaridad, y los vecinos que habían sido testigos de la captura se presentaron para ofrecer sus declaraciones y apoyar a los dos hermanos. La Fiscalía llamó a estos testigos para que rindieran sus testimonios y el día de la indagatoria finalmente llegó.

El ambiente estaba lleno de tensión y nerviosismo mientras Néstor y Manuel se preparaban para enfrentar a los interrogadores. Néstor, tuvo una conversación seria con su hermano mayor. En un momento de profunda conexión entre ellos, le hizo una solicitud muy especial: le pidió que dijera la verdad, sin titubear ni alterar la historia, sin importar cuánto los nervios los invadieran.

Pero hubo una última petición y aquí Néstor mostró una vulnerabilidad inesperada. A pesar de ser un hombre conocido por su fortaleza y resistencia, su voz se quebró y lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Con las emociones a flor de piel, Néstor le dijo a su hermano: "nada de agachar la cabeza, nosotros somos inocentes y no tenemos por qué humillarnos ante nadie". Fue un momento de profunda determinación, en el que Néstor expresó su deseo de mantener su dignidad y su honor intactos, a pesar de las circunstancias adversas que enfrentaban.

El interrogatorio en la Fiscalía resultó ser un evento lleno de tensión y ansiedad. Los hermanos enfrentaron preguntas directas y a menudo incisivas sobre el origen de su capital y las acusaciones que se cernían sobre ellos. Múltiples periodistas de diversos medios de comunicación se congregaron, creando un ambiente aún más agobiante. Los micrófonos y cámaras apuntaban a Néstor y Manuel, y las preguntas de los periodistas se cruzaban en el aire, acusándolos y desafiándolos. Pero, en medio de este torbellino de tensión y presión mediática, los hermanos permanecieron firmes en su resolución de contar la verdad y defender su inocencia.

Días 6 y 7: el reloj se detuvo

Los protagonistas pasaron dos días sin saber nada de nada, dos jornadas marcadas por la angustia. No había lugar para el apetito ni para el descanso, y el tiempo parecía extenderse infinitamente mientras se encontraban en el calabozo, esperando con corazones apretados y manos entrelazadas. Ambos se sentaron en el banco y sus miradas se encontraban constantemente en busca de consuelo mutuo. En medio de un mar de reclusos, policías, abogados y jueces, solo se tenían el uno al otro como ancla en su mar de incertidumbre.

La ansiedad pesaba sobre sus hombros mientras las horas transcurrían lentamente. Las palabras del fiscal y la defensa se sucedían, y el veredicto parecía alejarse como un horizonte inalcanzable. Las lágrimas de familiares y amigos que habían acudido en apoyo eran una dolorosa confirmación de la tensión que se respiraba en la cárcel.

Sin embargo, en medio de esa angustia, Néstor y Manuel se aferraban a la única certeza que tenían: su mutuo apoyo y lealtad. Cada vez que sus miradas se cruzaban, recordaban el juramento que se habían hecho, de mantenerse juntos y enfrentar la adversidad como hermanos.

Día 8: “Los guerrilleros” fueron liberados

Luego de la odisea de dos días que se habían extendido como si el tiempo se hubiera detenido, finalmente llegó el anhelado momento en que la justicia se inclinó a su favor. El abogado que los había representado con valentía y determinación se acercó con una noticia que iluminó sus rostros. El caso se había resuelto, pronto recuperarían su libertad y podrían dejar atrás este lamentable suceso.

Cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, Néstor y Manuel fueron liberados. La emoción que llenó sus corazones en ese momento era indescriptible. El aire fresco de la libertad los envolvió y las lágrimas de alegría brotaron de sus ojos mientras caminaban hacia el mundo exterior, dejando atrás las paredes opresivas de su encierro.

Esa noche, las lágrimas de alegría se convirtieron en su más sincera expresión. Sus familias, que habían sufrido junto a ellos durante todo el proceso, los esperaban ansiosamente. En un reencuentro lleno de amor y emociones desbordantes, Néstor abrazó con ternura a su esposa y a sus hijos pequeños, que habían llorado desconsoladamente por su ausencia durante esos largos días de incertidumbre.

Notifíquese y cúmplase:

14 de enero del año 2000: En el expediente de la Fiscalía, bajo el número de proceso 4799 y la etiqueta de "Delito: Extorsión", se encontraban sus nombres: "Sindicado: Néstor Raúl Vásquez y Manuel Ricardo Vásquez". El documento oficial, impreso en papel y tinta, marcaba su completa inocencia, y la justicia había ordenado el archivo definitivo del caso.

Los inocentes habían recuperado algo más que su libertad; habían recobrado su dignidad y buen nombre, que habían sido mancillados por las acusaciones injustas. Pero, a pesar del alivio de saber que estaban oficialmente absueltos, enfrentaron una época dura en la que tuvieron que trabajar el doble de lo normal. Tenían una deuda con el abogado que los había representado en su lucha por la justicia y no estaban dispuestos a perder sus valiosos terrenos, los cuales habían tenido que poner como garantía para cubrir los gastos legales. Cada día, enfrentaron el desafío con determinación, recordando la lección que habían aprendido a lo largo de su tormentosa travesía: la verdad y la dignidad valen cada sacrificio.

Al terminar de contar su testimonio, Néstor me dice que esta historia aún no tiene un final. El trauma de la humillación que sufrieron sigue presente en sus vidas, y el peso de haber estado involucrados en un panorama injusto y desgarrador sin haber cometido ningún delito sigue siendo doloroso. Pero, con lágrimas en los ojos y su voz transformada en hilo, él me agradeció por escribir su historia y yo le agradecí por su fortaleza y superación. Porque quizá sin ella, no podría estar aquí llamándolo: papá.

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