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A verlo con otros ojos

Hace unos días fui invitada a participar en un evento académico al que debía llevar una corta intervención en un tema libre relacionado con derecho privado. En la cotidianidad me dedico a investigar algunas cosas en materia de familia, especialmente asociado a la reproducción humana, así que en esa oportunidad decidí hablar de lo bueno, lo malo y lo extraño de tener hijos, en un análisis de los derechos reproductivos en Colombia. El titulo parecía sugerente, porque hablar hoy de maternidad o paternidad asusta. 

A diferencia de otros tiempos, ser papá o mamá no es un asunto prioritario en el proyecto de vida de los más jóvenes. En un salón de clase de aproximadamente 40 estudiantes, solo entre cinco a ocho contestan que desean ser padres. La “generación cristal”, como se le ha denominado a la de los jóvenes entre 18 y 28 años de edad, parece tener claro que la responsabilidad del cuidado y crianza de otro igual que ellos, les supera. Cuando pregunto a algún estudiante que si estaría dispuesto a ser padre, con frecuencia me responde: “no profe, no voy a traer hijos a este mundo”. Yo siempre guardo respetuoso silencio, pero en la mente me queda la idea de que no entiendo bien la respuesta, y me digo: ¿a qué mundo entonces pensarán traerlos? Porque yo solo conozco este y por muy jodido que parezca, pues es el único posible. 

Sin embargo, cuando reformulo la pregunta a la de ¿y si quisieran y tuvieran los medios económicos suficientes para tener hijos y darles lo que quisieran darles, los tendrían? Ya más de uno se arriesga a decir que si, que ¡así sí! Me queda el sinsabor de que el problema de esta generación no es que no quieran tener hijos, sino que no creen tener los recursos suficientes para darles la vida que ellos mismos juzgan deseable.  Y por recursos no solamente hablo de asuntos materiales y dinero, me refiero a otros, que desde lo emocional e incluso lo espiritual deben ser atendidos en la crianza. 

Lo cierto es que la tasa de fertilidad por edad en la población mundial se ha reducido ostensiblemente en los últimos años. Colombia presenta actualmente una tasa de fertilidad de 1,7, lo que la va dejando atrás de la tasa de reemplazo requerida que es de 2,1 para asegurar las futuras generaciones. 

La culpa de que los de ahora no quieran tener hijos como los de antes, puede estar asociada a muchos factores, pero considero que uno muy importante tiene que ver con el discurso que les hemos dado quienes los precedemos. Hoy mismo, de modo autocrítico, me digo: ¿cómo van a querer tener hijos los más jóvenes si todo el tiempo les decimos que criarlos es muy duro, que son difíciles y que el mundo al que los trajimos está feo?  Nos vivimos disculpando con ellos de que no tenemos tiempo para escucharlos y que cuando lo hacemos le decidimos llamar “tiempo de calidad”, como si el tiempo aguantara esos calificativos. Pobre del tiempo que ya no conoce el descanso o el aburrimiento, ya que esto último parece un desperdicio. 

Los padres de esta época somos la generación del lujo, hacemos de todo, tenemos más de dos trabajos para proveer a nuestros hijos de lo mejor y ellos crecen viendo una vida llena de esfuerzos y sacrificios en su honor; y aunque son conscientes de que se comportan en ocasiones como auténticos majaderos, también advierten que eso que ven de ejemplo, no es vida, por lo menos no la que ellos quieren replicar. 

Los jóvenes quieren tener descendencia, pero la realidad es que no ven cómo puedan permitírsela, así que la sociedad y el Estado deben revisar cómo ayudar. La desigualdad de género, por ejemplo, trunca el deseo de maternidad para las mujeres, el cuidado de los hijos, de los adultos mayores o de personas en condición de discapacidad. La distribución de las tareas de hogar no es equitativa, aunque hoy se valoran los grandes esfuerzos por reducir brechas.
 

De lo bueno del ejercicio de la maternidad y paternidad se puede decir que se experimenta el amor incondicional, que los hijos dan un sentido de propósito, así como alegría y diversión, que nos enseñan de modo permanente y quizá lo más importante: los hijos nos hacen mejores personas. No en vano el camino de la vida, elegida como la canción más bella de Colombia y luego como la canción colombiana del siglo XX, señala en una de sus líneas: ¿a quién se quiere más sino a los hijos?

Esta reflexión es para invitar a verlo todo con otros ojos. A todas las mujeres que un día decidieron ser madres, a ellas en este mes solo gratitud, porque nos dieron la oportunidad de conocer el amor más desinteresado, así como replicarlo, multiplicarlo, dividirlo y compartirlo. Gracias mamás, porque sencillamente sin ustedes no seríamos ni estaríamos. 

 

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