Algunos sectores de la población temen a la vacuna del COVID-19. Sostienen que no ha tenido suficientes pruebas, que la nueva tecnología de ADN mensajero es arriesgada, que los planes de vacunación suponen un riesgo para la sociedad. Creo que no tienen razón.
Las pruebas, si bien fueron rápidas, se hicieron y con las mismas exigencias técnicas de otras vacunas. Se pudieron hacer aceleradas por la disponibilidad de recursos económicos y el interés de los gobiernos en que la economía sufriera lo menos posible. Tenemos una delicada tensión pues cada cierre, cada cuarentena, nos empobrece, crea desempleo y también, a la larga, cobra vidas. Más aún, para cuando la vacuna llegue a Colombia, aquella ya habrá sido puesta a millones de personas en el mundo. No deberían quedar dudas sobre su seguridad.
Las vacunas de ARN mensajero venían siendo investigadas hace mucho tiempo, precisamente por eso se pudo avanzar. Tal vez, además de todos los dolores de esta pandemia, nos quede también esta invención que podría tener repercusiones muy positivas en el campo de la biotecnología.
Muchas especulaciones se han hecho entorno a la exigencia de exoneración de responsabilidad de los fabricantes de la vacuna. Sea lo primero decir que no solo Colombia debió otorgar la exoneración, todas las naciones que quisieran comprarla debieron hacerlo. Claro que siempre se pueden hacer las cosas mejor, y que hubiera sido deseable que el mundo se organizara para comprar las patentes y hacerlas de acceso público. Sin embargo, aquello no puede significar no actuar en el mundo que existe. Había que hacerlo, y lo hicimos, y con ellos logramos la compra de la vacuna. Lo demás son aprendizajes para el futuro: tenemos poca coordinación mundial y organizaciones multilaterales inoperantes.
Me preocupan en cambio muchas otras cosas. La primera, por supuesto, la nueva cepa de Sudáfrica, más agresiva, sobre la que algunos especulan que la vacuna podría ser ineficaz. Eso sería lo peor que podría pasarnos. Espero que la sola idea de que no exista vacuna genere en aquellos que hoy se quejan de que exista, la reflexión sobre la gravedad del asunto. Ojalá todas las cepas se puedan combatir efectivamente con la vacuna, y ojalá haya vacunas para todos.
Otra dificultad especialmente para nuestro país serán las bajas temperaturas que requieren las vacunas; -70 y -20 grados. Confío en que el gobierno esté haciendo las adecuaciones necesarias y previendo los procedimientos, que no serán sencillos. También será un reto, el respeto por los turnos de la población priorizada.
El número de las vacunas y su fecha de disposición tampoco admite que nos descuidemos. Viendo lo que sucedió con los respiradores, es de esperar que haya retrasos en los compromisos de entrega tanto en número como en fechas. Por eso, debemos hacer un esfuerzo por obtener un mayor números de vacunas.
Mi mayor intranquilidad es que como ciudadanos parecemos poco convencidos de nuestra responsabilidad en el manejo de la pandemia. Me parece muy raro que pretendamos que las autoridades sean las encargadas de cuidarnos, cuando cada uno debe ser su mayor y más responsable cuidador. Los esfuerzos colectivos suponen un desafío, y dejan entrever el tipo de sociedad que somos y que queremos ser. Creo en la libertad como un valor fundamental, que viene aparejado con una estricta noción de responsabilidad. La explosión de la pandemia no es responsabilidad de los gobernantes, sino de una sociedad que no se siente responsable de sí misma. Una sociedad menor de edad que exige de sus líderes que sean sus padres.