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Uribe, no puede privarnos de la paz

Sobre una mesa pequeña de madera, cubierta con una sábana blanca y cuatro velas en sus esquinas, una luz mortecina alumbraba el cadáver de un niño campesino agujereado a balazos por hombres armados que nunca supimos si eran liberales o conservadores. Esta es la primera imagen que recuerdo de la violencia, serían los años 50-60. Y desde aquella época hasta nuestros días, nunca hemos conocido la paz.
 
Ibagué, era un pueblo pastoril que comenzaba a recibir el impacto de las familias desplazadas que llegaban  de diferentes lugares huyendo de la violencia fratricida entre godos y collarejos. Luego seguimos escuchando las historias de los mayores que hablaban  sobre masacres con sevicia que perpetraban bandoleros,  chulavitas y pájaros, especialmente en los departamentos del Tolima, Valle, Meta y Eje Cafetero.
 
Más adelante como estudiante inquieto por los problemas sociales,  nos vinculamos al activismo político y comencé a informarme sobre la existencia de de las guerrillas liberales del sur del Tolima que posteriormente dieron origen  a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), como consecuencia de un enfrentamiento entre los partidos tradicionales y los terratenientes. 

En efecto, los liberales para defenderse de los métodos violentos empleados  por los gobiernos conservadores dictatoriales de la época (años 40 en adelante hasta el 53 del siglo pasado) para despojarlos de sus tierras y pertenencias, tuvieron que organizarse en movimientos armados para defender sus vidas y bienes.
 
Es aquí, cuando surge (1952), Pedro Antonio Marín (Manuel Marulanda Vélez), primero como jefe guerrillero liberal y después como líder de las Farc cuando se conforma en la hacienda el Davis, municipio de Rioblanco, el Estado Mayor Conjunto de insurgentes liberales y comunistas, partido al cual ya pertenecía Marulanda Vélez.

Aquí comenzó también la lucha entre liberales puros o “limpios”  y liberales comunistas. Esta historia es larga para resumirla en una nota de prensa, y mejor  nos adelantaremos al 14 de mayo de 1964, cuando arrancó la Operación Marquetalia (Planadas), un gigantesco operativo por tierra y aire con 16 mil soldados al mando del general José Joaquín Matallana, en ese entonces comandante de la Sexta Brigada de Ibagué.

Esta acción contaba con la asesoría de militares estadunidenses del Plan Laso (Latin American Security Operation), algo similar al Plan Colombia, que pese a la envergadura que tenia, no pudieron acabar con 52 hombres que en medio de las acciones bélicas lograron salir al Pato, Guayabero y Rio Chuiquito, en el Huila, al mando de Marulanda.
 
Desde entonces, las Farc se conocieron como guerrilla comunista, con programas y plataforma de lucha de origen agrario,  crecieron y se fortalecieron hasta terminar en lo que son hoy, narco guerrillas para unos, insurgentes para otros; nunca se tomaron el poder por la vía armada, pero el Estado tampoco pudo derrotarlas.

Ni el gobierno de la Seguridad Democrática del ex presidente Uribe, que ofrecía acabarlas en seis mes pudo en ocho años, y por el contrario, fue una etapa caracterizada por la violación de los derechos humanos, el narcoparamilitarismo, los falsos positivos, las desapariciones, los desplazamientos forzados, las detenciones masivas y los altos índices  de corrupción de su administración, entre otros flagelos.
 
Y ahora este ex presidente que goza de impunidad por estos y otros hechos (tiene más de 250 procesos en su contra que duermen el sueño de los justos) ¿nos viene hablar de impunidad del proceso de paz de La Habana?
 
En nuestro oficio de periodista,  desde que empezamos y hasta nuestros días,  hemos tratado con todos los bandos en contienda: ejército, guerrilla y paramilitares, cada uno tiene su verdad y sus motivos para combatir, pero tienen en común el trato con muerte. En el cubrimiento de la información  de orden público hemos estado cerca de la sangre, la destruición,  el secuestro, el caos y todo lo que atenta contra la vida. Nunca conocimos la paz, Pensamos que este derecho no se le debe negar a nadie.
 
El acuerdo de La Habana, pueda que no sea perfecto, que falle en muchas cosas, pero es el paso gigante hacia una nueva Colombia, un nuevo Tolima.
 
Los odios, el rencor ni el guerrerismo de Uribe, puede privar a las nuevas generaciones de vivir en paz.  Su oportunismo electorero no puede condenar a un país eternamente a la guerra.      

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