
Opinión
Movilidad en Ibagué: el caos que no da tregua
Marco Emilio Hincapié
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Abrir WhatsAppLlegar desde el centro hasta El Salado puede tardar casi dos horas. Cada día, la ciudadanía pasa más tiempo en un vehículo o en buses, en lugar de descansar o disfrutar con sus familias.
Hablar de movilidad en Ibagué es referirse a un problema crónico que, lejos de mejorar, parece agravarse con el paso del tiempo. El tránsito en la ciudad se ha convertido en una fuente constante de estrés para sus habitantes, con múltiples factores que, combinados, forman un panorama preocupante.
Uno de los principales problemas es el excesivo parque automotor. Cada año circulan más vehículos particulares por las calles de Ibagué, sin que la infraestructura vial crezca al mismo ritmo. La ciudad, diseñada para una población mucho menor, no soporta ya la cantidad de carros y motocicletas que a diario saturan sus avenidas y calles secundarias.
A esta sobrecarga de vehículos se suma el mal estado de la malla vial. El deterioro de las calles no es solo una cuestión estética; impacta directamente en la seguridad vial, genera daños en los automotores y contribuye a los trancones. Cada bache o hueco representa un obstáculo más que retrasa la movilidad y cobra vidas inocentes.
Las fallas en las 92 intersecciones semafóricas agravan aún más el problema. No es raro encontrar semáforos apagados, fuera de servicio o desincronizados, generando caos en las principales vías y poniendo en riesgo la vida de peatones y conductores. La falta de mantenimiento adecuado demuestra una alarmante negligencia de las autoridades responsables.
Hablando de autoridades, la deficiencia en la gestión de tránsito es notoria. La falta de presencia de agentes en las horas pico, la escasa regulación del flujo vehicular y la incapacidad para sancionar efectivamente las infracciones han llevado a que reine el desorden. El mal parqueo en vías públicas es una muestra clara: vehículos estacionados en sitios prohibidos, sobre andenes o en doble fila, que obstruyen el tráfico sin mayores consecuencias.
Además, la ciudad carece de una apuesta seria por medios alternativos de transporte. Pese a su tamaño relativamente manejable, Ibagué no cuenta con una infraestructura sólida para bicicletas, transporte eléctrico o peatonalización de zonas estratégicas. El transporte público, lejos de ser una opción atractiva, es visto por muchos como una alternativa incómoda, lenta y poco confiable.
Sumado a lo anterior, un factor que representa una enorme oportunidad perdida es la demora en la implementación del Sistema Estratégico de Transporte Público de Ibagué (SETP). Este proyecto, que prometía transformar la movilidad, lleva años estancado en promesas, trámites y la politiquería. Mientras tanto, los ciudadanos siguen esperando soluciones que parecen siempre postergarse.
La movilidad de Ibagué necesita más que soluciones superficiales: requiere una planificación seria, inversión prioritaria, y, sobre todo, voluntad política para ejecutar los cambios de fondo que demanda la ciudad. El inmovilismo y la improvisación ya no son opciones viables. O se toman decisiones estructurales, o Ibagué continuará atrapada en su propio tráfico.
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