Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie

“Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”. Estas palabras hoy tienen más sentido debido a la escalada de atentados e inseguridad que nos recuerdan cómo la violencia callo la voz de un Jaime Garzón, que con humor, sarcasmo y sonrisa en su rostro disfrazó de verdades al narrar las dolorosas realidades de escándalos de gobiernos con nexos y dineros mal habidos, ¡que paradójico! La historia se repite en el Gobierno del Cambio. Hoy, más de dos décadas después de su asesinato, su voz sigue vigente reviviendo la preocupación, dolor y angustia que hoy estamos sintiendo.

¿Es culpable la generación que vivió la violencia de que muchos jóvenes, adolescentes hoy estén apartados de estos hechos que marcaron la historia de Colombia? ¿Era una responsabilidad social el narrar la historia, los atentados, secuestros y el temor constante de poder transitar por las calles o simplemente quisieron pasar la página? ¡Entonces sería cierto que quien no conoce la historia tiende a repetirla! Y la estamos repitiendo solo 20 años después.

Sabiduría y amor existen en las palabras de los pueblos indígenas al entender el respeto por el prójimo, no pasar por encima del otro, aunque piense distinto. ¿Cuántas lágrimas podríamos haber cambiado por sonrisas si entendiéramos el respeto por quienes piensan diferentes? Si entendiéramos que las críticas a las denuncias por procesos y actuaciones indebidas son necesarias para cuidar el dinero del pueblo y no ver nuestros impuestos en mansiones, prendas de vestir de mafioso y/o regalos a hijos traducidos en camionetas Toyotas.

La respuesta duele, especialmente, cuando el país amanece con la noticia de un atentado contra un precandidato presidencial y no se trata que sea de izquierda o de derecha se trata de lo que representa la acción que es el abrir la puerta a una escala de inseguridad muerte y destrucción de familias.

Se trata de que en Colombia, aún hoy, pensar distinto puede costar la vida y entonces no podremos denunciar los elefantes blancos como la destrucción de la Concha Acústica o la entrega de obras mediocres con irregularidades como la de las piscinas de la calle 42. Y entonces, ¿no podremos hablar del dolor que causa ver a un exalcalde como Andrés Hurtado involucrado en procesos por enriquecimiento ilícito, peculado por uso —como en el caso de la “fiesta del estadio”— o por el robo de sueños, como el del puente fantasma de la calle 60? ¡Porque ese dinero no volvió a aparecer!

El atentado recuerda no solo lo frágil que están nuestros corazones, sino también lo desgastada que está nuestra convivencia y de cómo ambas narrativas ya sea la del Gobierno Nacional, el Gobierno del Cambio, que invita a subir el tono ondeando la bandera de la guerra poniendo entre dicho la división de poder y por el otro los partidos tradicionales incentivando la polarización.

Si bien es una estrategia política atraer cada uno la segmentación electoral reformando su electorado, trasladándolo de un voto blando a un voto duro, es realmente preocupante cómo el resultado de esta estrategia es el incremento de la violencia y el fanatismo. ¿Hasta cuándo el odio será un actor político? ¿Hasta cuándo seguiremos viendo al contradictor como enemigo? El problema no es la diferencia. El problema es que no sabemos qué hacer con ella, la convertimos en violencia y ya estamos acostumbrados a ella.

Alguien diría que en este país “la vida no vale nada”, y lamentablemente, esa sigue siendo una realidad si no alzamos la voz en protesta. El atentado contra Miguel Uribe no es solo un ataque contra un individuo; es una bofetada a la posibilidad de una democracia plural, donde todos puedan decir, pensar y representar visiones distintas de país sin miedo.