Inés Pinzón

Opinión

La deuda con la alegría

Inés Pinzón

24 de mayo de 2025
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Han pasado tantos días grises en la historia reciente de nuestro país, que cuesta mucho conservar un rastro de alegría e incluso, la luz de la esperanza de que tiempos mejores pueden llegar.

Desde el feminicidio de las dos jóvenes universitarias Sharit y Sirley, el brutal asesinato de Sara Millerey, el abuso sexual de al menos una docena de niños y niñas por parte de su cuidador escolar, quien además pudo haberlos contagiado de VIH, hasta el secuestro del niño Lyan por 19 días  y que por fortuna concluyó con su libertad, todos los días y escenarios han sido bastante oscuros, tan parecidos al mal clima.

Pero ¿qué tiene de común el desolador panorama? Varias cosas: primero, que todos reflejan un actuar violento, enquistado en una sociedad que se ha negado a reconocer que la prevención de la violencia es necesaria: “todos saben, pero nadie hace nada”.

Segundo, la profunda indiferencia con la que como sociedad respondimos, es sencillo mientras la violencia no nos toque, no produce mayor solidaridad, la solidaridad se reserva a lo que produzca likes o a los más cercanos.

La tercera: que luego de que los violentos hacen lo que hacen, empiezan los reproches a las víctimas, “no debió ir a ese lugar”, “quien sabe que le hizo al novio”, “quien sabe que deben los padres”, “como los papas no advirtieron cambios en los niños”, todos empiezan de manera injusta a responsabilizar y señalar culpables, para de ese modo no asumir que como sociedad hemos fallado, y le fallamos a quienes más nos necesitan.

Es muy fácil solidarizarse desde el pupitre, desde el escritorio y a través de un par de líneas, he visto por ejemplo, con algo de asombro a líderes que abrazan y se solidarizan con mujeres en sus causas y luego, ante la acción se deshacen como la niebla, la solidaridad política en estos tiempos supera con creces la solidaridad de género.

Así se ha visto en la Universidad del Tolima, en donde colectivos de mujeres han salido a denunciar de manera pública, el abandono en que se sienten por la falta de revisión y acción en los casos que denuncian, al menos 500 escritos que daban cuenta de actuares violentos hacia jóvenes mujeres eran puestos de presente en una actividad que denominaron: el tendedero de denuncias, yo misma lloré al leer un par de escritos y me resistí a continuar haciéndolo por autentico dolor personal.

Hay que ser muy valiente en estos tiempos para advertirse como víctima, para reconocerse como una y para iniciar la lucha para dejar de serlo.

Cada vez que una mujer alza su voz ante lo injusto, avanza un paso para que otras hagan lo mismo, pero sobre todo, avanza en la idea de que no será victima eternamente, que no lo permitirá, porque por fortuna esto será temporal, pasajero y al final es posible volver a comenzar. En resumen: esta sociedad está en deuda con la protección de sus mujeres y ellas están en deuda con su alegría.

Lo increíble es que efectivamente el actuar violento sigue los mismos patrones: los victimarios actúan de modo consciente, saben lo que hacen y aun así lo hacen, luego cuando se les devela atacan más ferozmente deslegitimando a sus denunciantes y como no encuentran argumentos serios para hacerlo, pasan al ataque personal, luego emplean como estrategia que las víctimas son ellos, porque en estos tiempos, al igual que en la edad media, las mujeres somos demasiado malas.

Y ante eso, lo único que han encontrado estas jóvenes mujeres ha sido el silencio, los colectivos locales y departamentales no dijeron nada, porque seguramente da más miedo perder los contratos con recursos públicos, que intentar salvar maravillosos proyectos de vida de universitarias que lo han merecido todo.

Los comentarios en redes sociales para ellas han sido crueles, devastadores, empatizo en ello con ellas, porque en los últimos meses me han posteado frases como: vieja ardida, abusadora, depravada, vengativa, entre otros muchos apelativos, para deslegitimar que decidí un día denunciar a un mal jefe. Pero esto ya no me afecta, me logró aniquilar por días, pero ya no, porque en medio de este ultraje, comprendí algo que una persona maravillosa me enseñó: quizás sea tiempo de pagarte la deuda que tienes con la alegría. Y coincido, en señalar que la lucha justa y la reivindicación de derechos de las mujeres es también un modo de pagar la deuda con la alegría.

No hay que aguardar la idea de que la alegría vendrá después, al final de todo, sino resolver el modo en que podamos trabajarla diariamente, sin que la terrible realidad de supervivencia nos invada quitándonoslo todo.

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