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Abrir WhatsAppMe gustaría, en este instante, tener el don que han tenido los grandes compositores de esta tierra. Anhelaría, al menos, un ápice de su talento para escribirle unas líneas a Ibagué, esta ciudad que —aun en la hora del desencanto— me lo ha dado todo.
Y cuando digo “todo”, no exagero: me ha dado una familia, unos amigos, un hogar; me ha regalado un paisaje y un olor que no existen en ningún otro lugar del mundo.
Esta semana, en medio de un momento lleno de nostalgia, me descubrí enumerando cada una de las cosas buenas que me ha brindado esta tierra. Entre tantas memorias, me encontré deseando volver al colegio para revivir aquellas clases en las que aprendimos, con una profesora que sin saberlo nos ató para siempre a este lugar, al menos cincuenta canciones colombianas. También me vi intentando, torpemente, pero con alegría, dar un paso de baile sanjuanero o bambuquero.
Porque aquí, todos pasamos por el disfraz típico, el maquillaje, la presentación de un “folclorito” que, aunque infantil, sembró raíces profundas.
Luego me asaltó una pequeña culpa: aún no logro aprenderme el himno de esta tierra. Tal vez sea solo cuestión de edad, porque su letra es preciosa: “Por mis venas corren guitarras, tambores, las flautas y tiples que entonando van con el alma alegre un gran Sanjuanero, diciéndole a todos yo soy tu ciudad”.
Y, claro, está el olor. Ese inconfundible aroma de tamal, de lechona recién horneada, de achira tibia y de anís de aguardiente. Esos olores que no dejan espacio para imaginar que se pueda comer mejor en otro lugar.
Desde cualquier terraza o balcón es fácil encontrar alguno de los infinitos tonos de verde de nuestras montañas. Porque si de verdes se trata: Ibagué seria campeona.
Y cada vez que tomo la vía variante rumbo a Boquerón, mis ojos se llenan de privilegio al divisar, majestuoso a lo lejos, el Nevado del Tolima. Esta tierra ha sido generosa con mis sentidos: la vista, el olfato, el gusto, el oído… y también el tacto, porque aquí nacieron mis dos ibaguereñitos, a quienes atesoro con el alma y con quienes la tradición continuará viva.
El punto más alto de esta ola de nostalgia llegó, inevitablemente, con la música. Escuché la canción “Regreso a ti”, compuesta e interpretada por jóvenes talentos locales: Dave Bolaño, Keyla Lions, Camila Torres, Zavi & Rada. Dios mío, eso es un poema hecho canción… y una canción hecha ciudad. Solo para contagiarles un poco, aquí su inicio: “Soy de donde el amor se escribe con notas. De los bambucos que llevan a mi niñez. Soy del caudal del río que llena el alma de mi país. Soy la música de trigo en cielo gris. Soy el baile de un pueblo y en seis octavos cuento, lo orgulloso que me siento el ser de aquí. Déjame viajar contigo ahí”.
Soy melómana por herencia de mi padre, pero seguidora por convicción de los talentos que emergen de esta ciudad, y en este momento ocupa el primer lugar en mi corazón por sus canciones, el cantante ibaguereño Dave Bolaño. Si el supiera que “me levanté” fue la canción que me levantó, y si muchos lo supieran, también se levantarían.
En las aulas, como docente, veo desfilar el ingenio, la creatividad y la pasión de los jóvenes ibaguereños. Estoy acostumbrada a descubrir el talento que transita por esta casa común, pero también a presenciar cómo muchas veces las puertas se les cierran demasiado pronto.
Por eso escribo esta columna, no solo desde la nostalgia sino también desde la esperanza.
Porque Ibagué no es solo el lugar de mis recuerdos: es el motivo de la esperanza de las cosas buenas.
Y aunque el tiempo pase y la vida nos lleve por distintos caminos, basta escuchar una nota de bambuco, oler una lechona, o divisar el nevado a lo lejos, para recordar que aquí —en esta tierra generosa y musical— siempre hay un motivo para regresar.
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Inés Pinzón
