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Abrir WhatsApp¡Profe, se lo aseguro, hubo un momento en el que de verdad quería morir! Aunque parezca una frase fuerte, es de aquellas a las que en los últimos años me he tenido que enfrentar con bastante frecuencia. Sin tener las herramientas, sin estar preparada y llevada en ocasiones más por la intuición y la experiencia maternal, he podido sortear la frase con algo de bondad, y sentirme tontamente aliviada por no contar con una muerte cercana por el suicidio.
Cada vez que un estudiante me aborda para decirme algo así, es inevitable no reflexionar sobre la vida propia, y entender que, en la lista de opciones para solucionar un problema, al final la muerte aparece instalada, porque, aunque nos cueste decirlo: “morir siempre es una opción”.
El tema del suicidio va y viene de acuerdo a lo mediático de los casos, en ocasiones, estos escalan en el modo o en los antecedentes. La salud mental sigue en juego en estos tiempos. Somos inevitablemente el reflejo de una sociedad cansada, enferma, sin asombro y acostumbrándose cada vez más a la violencia, de modo que, la muerte ya no es un asunto extraordinario, sea un asesinato, un feminicidio, un suicidio o un accidente, los muertos se cuentan al final solo para la estadística.
De manera que, en tiempos de incertidumbre y destrucción del tejido social, hablar de educación emocional ya no es un asunto de moda o lujo pedagógico. Es una necesidad urgente. Y en un país como Colombia, donde la violencia estructural, el abandono estatal y la desigualdad se sienten desde las aulas, el tema cobra mayor importancia.
Es también igualmente cierto que, el tema no es solo para atender a los estudiantes, aquí el tema es macro, y los silencios extenuados de los maestros y padres de familia requieren también valoración. ¿Cuántas mamás o papás no enfrentan las cargas solitarias de la crianza de sus hijos en absoluto cansancio? ¿Han escuchado a papás y mamás decir que hay días que solo se levantan de la cama porque tienen hijos a los que atender? Porque también hay que decirlo: “hay quienes no mueren por auténtica responsabilidad de vivir para otros, pero no para sí mismos”. En estos tiempos la depresión y la ansiedad empiezan a ganar la batalla.
Recientemente, el Congreso colombiano aprobó dos iniciativas que merecen atención: la Ley 2383 de 2024, que promueve la educación socioemocional en todos los niveles escolares, y un nuevo proyecto de ley aprobado en 2025, que busca fortalecer la salud mental en las aulas y prevenir conductas de riesgo. Ambos textos coinciden en algo esencial: “la emoción también educa, también forma, también salva”.
La apuesta parece sencilla, pero es sumamente ambiciosa: enseñar a niñas, niños y adolescentes a reconocer sus emociones, a cuidarse, a ponerse en el lugar del otro, a resolver conflictos sin violencia, a hablar sin miedo, y sobre todo, a no avergonzarse por sentir. En una sociedad que les exige rendimiento académico y buena postura, pero no les ofrece consuelo, así como en ocasiones no les creen o los revictimizan. La pedagogía del reconocimiento del sentir podría ser el primer paso para romper el ciclo de maltrato, abandono y silencio.
La otra gran herida, que estas leyes comienzan a visibilizar, es la de los maestros y maestras agotados, muchas veces emocionalmente fracturados, sin redes de apoyo ni formación para enfrentar la avalancha de sufrimiento que también llega a las aulas. ¿Quién cuida al maestro que todo lo escucha y todo lo carga? ¿Cómo exigimos educación emocional a quienes también están rotos? ¿Cuánto cuesta atender la salud mental de los profesores, padres e hijos y cuál es el compromiso institucional de hacerlo?
En este nuevo marco educativo corresponde reconocer las diferencias culturales, étnicas, de género y respetar los procesos propios de cada territorio, porque la emoción también es política, es memoria y resistencia. De suerte que, la educación emocional no puede seguir siendo complementaria, marginal, de costura o de relleno. No es solo para los eventos conmemorativos de salud mental o para cuando ocurre una tragedia. Debe ser continua, permanente, transversal y estructural. Reconociendo que de no atender pronto las emociones se da apertura a las violencias.
Hoy, cuando el trastorno mixto de ansiedad y depresión, la ansiedad, el episodio depresivo, la perturbación de la atención, los trastornos de adaptación y la esquizofrenia paranoide, se ponen en la mesa como principal causa de suicidio, nos da como contexto que las instituciones educativas son los campos de batalla común y que deben estar dispuestas a ser los espacios del afecto, porque hablar de educación emocional es apostar por la vida, por la esperanza, por el cuidado como derecho y como obligación de los que amamos a otros porque nos vemos en ellos.
Ojalá que estos escenarios sean afrontados seriamente para que la emoción deje de ser un tabú y se convierta, por fin, en una herramienta que permita transformar de modo positivo el mundo, de modo que, la muerte algún día deje de estar en la lista como opción para salir de un problema.
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Inés Pinzón
