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Hurtado se subió al ring y terminó noqueado

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Editorial EL OLFATO

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13 de julio de 2025
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Hurtado se subió al ring y terminó noqueado

La política, como el boxeo, exige inteligencia, estrategia y humildad. Andrés Hurtado creyó que bastaba con la fuerza bruta del poder y el dinero para convertirse en cacique del Tolima. Lo suyo fue un ascenso tan vertiginoso como precario, y su caída, por lo mismo, no sorprende: no tenía más que un castillo de naipes sostenido por contratos, lealtades compradas y una ambición mal administrada.

Hurtado llegó a la Alcaldía de Ibagué cobijado por el barretismo, que lo impulsó como uno de sus más hábiles ejecutores de obras públicas. Pero, como suele pasar con los delfines que se creen tiburones, pronto se rebeló contra su creador y montó tienda aparte: el hurtadismo. Un movimiento sin ideología, sin militancia real, pero con suficiente músculo presupuestal como para embriagar de contratos a partidos oportunistas y políticos sin norte.

Hurtado sumó los votos de los partidos Mira, la U, Cambio Radical, Centro Democrático y hasta los clientelistas liberales, quienes terminaron hipnotizados con el sonido de las monedas y los contratos de prestación de servicio. Así se eligió Johana Aranda como alcaldesa de Ibagué con más de 73.000 votos, de los cuales, posiblemente, 17.000 eran suyos.

Su jugada funcionó —por un momento—: Aranda ganó la Alcaldía y posicionó a su hermana Carolina en la baraja electoral. Pero el poder mal gestionado es una bomba de tiempo, y Hurtado no supo leer la política del siglo XXI. Trató de controlar a Aranda como si fuera una ficha obediente, y cuando ella resistió, reaccionó con soberbia y violencia verbal.

El episodio reciente, en el que se autodenominó “padre” de Aranda y la diputada Yully Porras, y las calificó de “tontas” por no someterse a sus designios, fue más que una torpeza discursiva: fue la evidencia de un machismo arraigado, de un estilo autoritario que ya no tiene cabida en la política moderna. Ese mismo estilo que, según versiones internas, lo llevó a humillar en privado a la propia alcaldesa.

Mientras Hurtado intentaba contener la hemorragia con una torpe operación de control de daños, su hermana salía a pedir diálogo sin siquiera ofrecer disculpas. Aranda, lejos de ceder, se alió con otras lideresas del Tolima, respaldadas por la gobernadora Adriana Matiz, para enviar un mensaje claro: la violencia política contra las mujeres no será tolerada.

¿Y ahora qué? Hurtado enfrenta un escenario adverso: sin Alcaldía, sin IBAL, sin burocracia, sin alianzas reales y, sobre todo, sin confianza. ¿Quién apostará por él después de ver cómo dinamitó su propio proyecto? ¿Quién pondrá su capital político al servicio de un dirigente que cayó por su propio ego?
El episodio Hurtado debe servir como lección: el poder no se perpetúa con prepotencia, se cultiva con respeto, con diálogo y con visión. Andrés Hurtado no entendió el cambio de época, se subió al ring con soberbia... y terminó noqueado.

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