
Opinión
Se nos quiere en la foto, pero no en las decisiones
Andrés Felipe Bedoya
Secretario de Educación del Tolima
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La vicepresidenta Francia Márquez ha dicho lo que muchos sectores sociales intuían, pero pocos se atrevían a decir en voz alta: “Se nos quiere en la foto, pero no en la toma de decisiones”. Esto no es solo una queja personal; es el testimonio político de una mujer afro, ambientalista y lideresa social que hoy se siente usada por el mismo gobierno que prometió dignificar a los “nadies”.
Lo que grita la vicepresidenta no es nuevo. Didier Eribon lo advirtió: la izquierda contemporánea cayó en el “fetiche de la diferencia”. El progresismo que hoy lidera la política nacional en Colombia abrazó causas identitarias como trofeos morales y abandonó el cambio real del poder. Se dedicó más a mostrar apoyo a las minorías en redes sociales que a resolver los problemas de las mayorías empobrecidas.
El discurso de Márquez no es solo su historia, es la historia de muchas: mujeres que pueden estar en la foto, como símbolo, como cuota, como paisaje del cambio; pero, cuando deben decidir, son marginadas o silenciadas. El castigo no es por incompetencia, sino por osar tener voz propia, como lo quiso aquella que alguna vez fue un fenómeno político.
La Vice grita lo que muchas han callado: que el racismo estructural también se disfraza de progresismo. Pero ella hoy también es la voz del campesinado que no ve la reforma agraria; del estudiantado sin becas; de las mujeres revictimizadas por un gabinete que premia a agresores; de las regiones que siguen esperando equidad.
Esa sentida frase —“Se nos quiere en la foto, pero no en las decisiones”— se ha convertido en la radiografía más honesta de un gobierno que prometió el cambio, pero se quedó en la pose. Como en toda buena selfie, lo importante es salir bien para la cámara.
Mientras tanto, la oposición ha entendido el juego democrático más simple: hablarle a las mayorías, nombrar su dolor, sus miedos sociales, sus frustraciones. No necesitan complejas teorías, solo señalar el vacío que deja una izquierda más preocupada por figurar que por transformar. El progresismo colombiano está a tiempo de elegir: o convierte el cambio en hechos, o seguirá en adornados discursos.
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