Menos ruido, más gobernar

Esta semana hemos recordado como en Colombia, hay una tendencia peligrosa: confundir el ruido con el liderazgo. Se cree que gritar más fuerte, usar adjetivos más estridentes y ocupar el centro del debate mediático equivale a tener la razón o a liderar con firmeza. Pero cada vez es más claro que, en medio de la crisis institucional que vivimos, lo que más falta hace no son más escándalos, sino dirección.

Al margen de si apoyamos o no la fallida consulta popular promovida por el Gobierno, su hundimiento reveló algo más profundo: la reacción desbordada del presidente Petro y la senadora María José Pizarro, acusando sin pruebas y deslegitimando al Congreso, dejó ver un estilo que apuesta más por la confrontación que por la conducción. ¿Eso es liderar? ¿O es evadir responsabilidades desde el espectáculo?

En estos tiempos de incertidumbre en que vivimos, el país no necesita más ruido. Necesita liderazgo. Y no cualquiera: uno que, como propone Xavier Marcet, sepa influir. Quien influye de verdad no necesita alzar la voz: necesita saber escuchar. El país no requiere más arengas desde los balcones o las redes sociales; necesita decisiones serenas, construidas con diálogo, técnica y visión a largo plazo.

Un verdadero liderazgo —ese que sirve, no que se sirve— no necesita ni consejos de ministros televisados ni hashtags para funcionar. Citando a Antonio Núñez, es ese que requiere prudencia. Callar a tiempo, escuchar más y actuar con cabeza fría.

La ciudadanía espera de sus gobernantes resultados, no ruido. Líderes que comprendan que, a veces, resolver en silencio pesa más que mil discursos grandilocuentes. Cuando un gobierno reacciona con gritos y acusaciones —como ocurrió esta semana— lo que evidencia no es firmeza, sino debilidad. Y cuando una democracia se grita a sí misma, deja de escucharse.