
Opinión
Transformar el debate, no silenciarlo
Andrés Agudelo Pérez
Abogado, magister en gobierno y políticas públicas
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Abrir WhatsAppEl reciente atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay no puede ser simplemente otro capítulo más en la larga historia de violencia política que ha marcado a Colombia desde hace muchos años. Por el contrario, debe ser el punto de quiebre para reflexionar y tomar posición crítica sobre cómo llevamos el debate público en la sociedad.
También debe ser un llamado urgente a desnaturalizar lo que nunca debimos aceptar: que hacer política sea una actividad de riesgo mortal; porque si pensar diferente, proponer una visión de país o aspirar a cargos públicos sigue costando la vida, entonces hemos fracasado en lo más esencial: convivir en democracia.
Hay un punto crítico en este atentado, además de su gravedad, un detalle que revela el nivel de descomposición que enfrentamos: el atacante era un menor de edad. Necesitamos con urgencia rescatar a la juventud de la guerra y la delincuencia, lo cual implica presencia integral del Estado: acceso a educación, empleo digno, cultura, oportunidades y espacios de participación real, especialmente en sectores donde la violencia sigue siendo la principal oferta laboral.
Hoy Colombia parece estar atrapada en trincheras ideológicas cada vez más profundas. El adversario político se ha vuelto un enemigo acérrimo, al que hay que minimizar en vez de convencer. Las redes sociales están llenas de insultos, amenazas y mentiras. Si no mitigamos esa agitación permanente, si no aprendemos a debatir sin deshumanizar al otro, entonces la violencia seguirá ganando terreno. “Firme con las ideas, suave con las personas”.
No se trata de pensar igual o renunciar a nuestras convicciones, sino de recordar que podemos pensar diferente sin ser enemigos. La democracia vive del disenso, pero se alimenta del respeto. Necesitamos una política donde las ideas se confronten con argumentos, no con balas; donde los desacuerdos se resuelvan a voto limpio, no con atentados.
Colombia no puede permitirse aceptar como el pan de cada día los asesinatos, magnicidios y el silencio impuesto por el miedo, pues el país ha hecho esfuerzos enormes por superar ese pasado. No obstante, este tipo de actos nos recuerdan que no podemos bajar la guardia ni permitir que hacer política sea una sentencia de muerte. Debe ser esta, por el contrario, una forma legítima y valiente de transformar la vida.
Hoy más que nunca debemos unirnos como sociedad, pues le hace un daño enorme al país el evidente aprovechamiento político y mediático de esta lamentable situación. Es necesario que las investigaciones avancen con la mayor celeridad para esclarecer los hechos y los verdaderos responsables. Mientras tanto, las teorías, acusaciones y el señalamiento de culpables sin la evidencia suficiente, solo profundizan el dolor y alimentan el lenguaje violento que tanto daño nos está causando.
Fortalezcamos la conversación entre sectores políticos opuestos para enviar un mensaje de paz y renunciemos de forma irrevocable al tono polarizante que ha permitido que las palabras también sean un arma para masificar los discursos de odio.
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