Los locos que sostienen al Tolima

Dicen que el que monta empresa se enloquece, que está buscando líos, que se le olvidó lo que era tener paz. Y tal vez tengan razón... Cuando alguien en el Tolima decide abrir un negocio, no está pensando solo en ganar plata. Está apostándole a algo más profundo: quiere construir, aportar, abrirle campo al hijo, al vecino, al barrio. Quiere salir del círculo de la queja y entrar al de la acción. Y eso, en esta tierra que tantas veces se siente olvidada, es casi un acto de rebeldía.

Pero emprender aquí es como sembrar en tierra dura, sin agua y con el sol encima, mejor dicho es una labor titánica. Quien abre una tienda, pone una peluquería, saca un café, monta un taller o una app, se enfrenta a un camino largo y complejo. Enfrenta la tramitomanía, la desconfianza, los impuestos que no perdonan, la soledad del que empieza sin padrinos, sin créditos blandos y sin vitrinas que lo muestren.

Y hay muchas cosas que otros no vemos: Los emprendedores se levantan más temprano que muchos, se acuestan más tarde que otros; no tienen vacaciones, no hay primas, no hay subsidios. Pero si tienen de sobra pasión, convicción y terquedad, confían en que este departamento puede más, optaron por no buscar trabajo sino crearlo.

Cada vez que alguien decide emprender en el Tolima, está trabajando desde la cooperación. Porque una empresa es una puerta abierta, genera empleo, mueve el mercado local, hace que otros también se levanten. Es una cadena silenciosa de valor que no hace ruido, pero que sostiene familias. Entonces no, no están locos. Están comprometidos. Con su futuro, con su gente, con este territorio.

Por eso, si alguien hoy se atreve a decir “voy a empezar un negocio”, no lo mires raro abrázalo, refiérelo, apóyalo. Porque ahí, en ese pequeño acto de valentía, se está jugando parte del desarrollo que tanto anhelamos. Y porque, seamos sinceros, el Tolima merece más… y vamos por eso.