Humildad para reconocer que hemos fallado

Nos duele el atraso y la corrupción. Pero también debe dolernos la costumbre, esa resignación silenciosa que nos ha hecho aceptar lo inaceptable. El olvido se volvió paisaje; la mentira, parte del discurso; y el descaro, una estrategia electoral.

Lo difícil no es señalar lo que está mal, sino mirarnos con honestidad y admitir que también hemos sido parte del problema. Que como región, como comunidad, como ciudadanos, no siempre hemos tomado las mejores decisiones. Que hemos confiado en quién no debíamos, callado cuando debimos hablar, y normalizado lo que jamás debió ser normal.

Hoy necesitamos humildad. Humildad para reconocer que nos hemos equivocado. Que el atraso no es solo culpa de otros, sino también resultado de nuestra pasividad. Es consecuencia de dejarnos deslumbrar por promesas vacías, de elegir con el estómago y no con la cabeza, y de premiar al que promete sin exigirle resultados.

Esto no es un acto de autoflagelación, es un punto de quiebre. Reconocer el error no es quedarse en la culpa, es el primer paso para corregir. Y hoy el Tolima necesita corregir el rumbo. Necesita reconciliarse con lo que puede ser, si se atreve a cambiar. Necesita líderes nuevos, sí, pero también necesita ciudadanos distintos. Más despiertos, más exigentes, más comprometidos.

La humildad de reconocer que fallamos es también la grandeza de decidir que no vamos a fallar otra vez. Que merecemos algo distinto. El futuro no lo construyen las maquinarias, sino las manos que trabajan con dignidad, las voces que no se venden, las conciencias que no se rinden, las personas que se preparan.

Llevamos demasiado tiempo entregando nuestro futuro a quienes no lo merecen, a los que nos usan como trampolín, pero no como prioridad. Lo repito sin duda: el Tolima merece más. Y esa transformación empieza con un acto simple, pero valiente: tener la humildad de reconocer que hemos fallado y ya no podemos seguir igual.