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Somos arribistas. Todos. Sin excepción. Incluidos los que están arriba. Los millonarios. Los poderosos. La realeza y los famosos. Los aristócratas miran por encima del hombro a los nuevos ricos, igual que los chefs a los cocineros o los oficiales a los sargentos.

También, quienes viajan en primera clase a los que van atrás. Los de uber a los taxistas. Las damas de compañía a las prostitutas. Y mil ejemplos más.

Pero hay uno que me llama especialmente la atención: el arribismo de los hoteles -que se creen la gran vaina- frente a sus colegas, los moteles, que sí son la gran vaina.

Para fortuna del amor (y de los amantes), el próximo 3 de septiembre se acaba la abstinencia por decreto y se permite practicar el libre albedrío en las esquinas, mejor dicho, en cualquier establecimiento comercial constituido para los fines del amor ratero, el que se hace por ratos, la medida oficial del tiempo en los moteles, lo saben sus usuarios.

“Estamos en un sandwich”, me dijo Alexander Alvarado -el presidente del gremio motelero- cuando lo llamé para que me contara sobre la buena nueva. Menos mal él siguió con la explicación, porque me estaba dando un poco de risa (soy un tipo básico): “antes, los hoteles podían prestar sus servicios por horas pero cerca a los aeropuertos, es lógico, pero en pandemia todos empezaron a ofrecerlo. Y nosotros, cerrados. Ese es el primer pan del sandwich, el de abajo”, insistió en su metáfora.

“El otro pan, el de arriba, son los taxis y los carros que se parquean cerca de nuestros establecimientos y ofrecen el servicio a las parejas pero las llevan a casas ilegales, que no pagan impuestos, sin normas de bioseguridad, sin nada”. La paramotelería en su máxima expresión.

-   Pero a mí me daría miedo montarme en un taxi para que me lleve a una casa ilegal.

-   Sí, a mí también pero es que, pues, las ganas ganan.

¡Las ganas ganan! Cuánta sabiduría en esas 3 palabras.

Como si la oscuridad de la noche y el sueño profundo de los dueños de casa no fuesen inocentes cómplices de tantos amores juveniles. Como si los carros no fueran testigos mudos del desenfreno, en una calle solitaria. Como si no hubiera mil historias de lugares insospechados donde las parejas furtivas se declaran vencidas. Vencidas por las ganas.

Por supuesto que las ganas ganan. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

En fin. Después de pelear y pelear, los moteleros lograron que les pararan bolas y el 29 de julio el ministro de Salud aprobó los protocolos de bioseguridad para hoteles y establecimientos denominados “servicio por horas” (debieron poner `por ratos´ pero les encantan los eufemismos).

Desde esta semana, por ejemplo, sólo en Bogotá habrá 502 moteles oficialmente habilitados como canalizadores de una de las libidos más acumuladas de que se tenga noticia en tiempos recientes, qué digo, en la milenaria historia del planeta tierra.

O me pueden decir quienes cumplieron la cuarentena juiciosamente, ¿cuándo aguantaron tanto? 160 días sin salir. Y si salía, sin poder ver a su deseada. Y si la veía, sin poder tenerla entre sus brazos. Y si la tenía, sin poder amarla. Como se ama en un motel. Usted sabrá.

Este país sí aguanta todo. Hasta una abstinencia de 5 meses por decreto presidencial, aupado por decreticos y resoluciones y circulares y autos y memoriales. Aunque, hecha la ley, hecha la trampa. Y no explicaré cómo. Cada uno con su conciencia.

¿En qué momento de la era cristiana -o de la anterior- se prohibieron las artes amatorias en sitios construidos especialmente para ello por cuenta de un microscópico enemigo?

Y súmele la cuarentena, esa imposibilidad de salir de casa por miedo a contagiar o ser contagiado y terminar en una UCI, intubado, muriéndose despacito, mientras tose dos minutos y los otros dos se ahoga. Y así sucesivamente, hasta que se muere.

Porque hay que recordarle a los afortunados que explotarán desde la otra semana que los moteles abren pero el virus sigue ahí. No se le olvide.

En los moteles prometen toma de temperatura y completa discreción; aseo hospitalario: de arriba hacia abajo y no se barre, se limpia; prohibidos los tríos porque “nada que genere aglomeración”. Y exigentes protocolos de bioseguridad para el personal de aseo, dotado de máscaras, mascarillas, tapabocas, guantes y el infaltable traje antifluidos. Allá sí que saben de eso.

Esperan estar a tope desde el jueves y empatar con el día del amor y la amistad, el próximo 19.

 

- Y, ¿después?

 

- “Pues hasta que se acabe el mundo”.

 

Olvida que el mundo se acaba y vuelve a empezar en un mismo instante, cada vez que se consuma un encuentro, en cada grito, en cada jadeo, en cada caricia, en cada beso.

 

Voy a tomarme la temperatura.

 

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