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Cuando una crisis se vuelve oportunidad

A todos nos ha pasado que estamos muy ocupados, estresados, con mucho trabajo, estudio y demás obligaciones y distracciones, cuando, de repente, llega una situación que altera todo. Los proyectos y planes quedan pausados por algo fuera de nuestro control o deseos, pese a que nos creíamos dueños de la vida.

La pandemia ha representado ese giro inesperado y quizás necesario para evidenciar la urgencia de grandes cambios que estamos llamados a hacer en todos los aspectos de nuestras vidas. En medio del ajetreo y el ruido de la cotidianidad, es fácil despreciar lo esencial y priorizar lo equivocado. En mi propia vida, por ejemplo, estos días he podido verificar que mi aprecio por la productividad (vs. ocio y pasividad) es uno de los factores que interfieren en mi capacidad introspectiva. El movimiento, la interacción y la utilidad son virtudes dentro del sistema al que hemos pertenecido. Hoy, la quietud, la observación, la serenidad resultan mucho más apropiadas. Siempre lo han sido, pero las subestimábamos.

Tras el distanciamiento social, el acercamiento familiar y de pareja, que es a la vez una oportunidad y un reto, ha quedado a sus anchas. Si nos limitamos a atravesar esta crisis por TV, Instagram, Facebook y demás generadores de narrativas cíclicas y contenido poco tranquilizador, en su mayoría, nos perderemos de lo intrapersonal e interpersonal que también ha despertado. Por primera vez, globalmente, todos afrontamos más o menos los mismos riesgos e incertidumbres, puede ser entonces un buen momento de mirar adentro. Para muchísimas personas, el confinamiento implica pasar demasiado tiempo con quienes hay una relación deteriorada (empezando por uno mismo), de ahí la importancia de abrirnos al panorama actual con enfoque en la auto-reflexión y la conexión con lo verdaderamente imprescindible de la vida. Sócrates nos enseñó que una vida sin examen no merece ser vivida. En tal sentido, las crisis bien gestionadas nos guían para construir los nuevos acuerdos que necesitamos para seguir adelante como individuos, pareja, familia o ciudad.

A todas luces, la experiencia que deja este nuevo virus es interesante por la capacidad de detener el planeta, de hacernos repensar la arquitectura neoliberal y sus lógicas, de tornar incierto todo. Lo personal no podía escapar. Una situación límite como muchas que experimentamos en privado y que, a la larga, resultan invaluables, hoy es un ejercicio colectivo de aceptación enorme y de revisión de los valores, hábitos y parámetros que traemos a nuestra vida. Vemos lo poco lo que importa todo eso que creíamos importante y lo mucho que importa respirar, descansar, abrazar, viajar (interna y externamente), agradecer. Mi fe en la humanidad me lleva a creer que el paraíso está en nosotros y entre nosotros, cultivando la calma, el saber, el ser y el dejar ser, cantándole a las plantas, cocinándome algo especial o acariciando una espalda como si fuera de cristal. Si esta crisis nos anima a resaltar y conservar esas prácticas, sin duda estamos en el camino a una vida mejor, a un mundo mejor que el que teníamos.

 

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