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El periodismo debe servir a los gobernados, no a los gobernantes

En uno de los momentos más cruciales de la presidencia de Richard Nixon, cuando su gobierno bloqueó al New York Times la publicación de los Papeles del Pentágono que ponía en evidencia las mentiras de varios gobiernos para mantener la guerra del Vietnam, el director del Washington Post, Ben Bradlee, lanzó una frase contundente: El periodismo debe servir a los gobernados, no a los gobernantes.

Y los archivos fueron publicados por el Post dejando herido de muerte al gobierno de Nixon, que poco tiempo después sucumbiría y renunciaría ante el escándalo del Watergate, también descubierto por este periódico.

En la última película de Spielberg, The post, Los archivos del Pentágono, por su traducción al español, esta frase retumba a lo largo del film. El periodismo debe servir a los gobernados, no a los gobernantes.

Sin embargo, en estos convulsionados tiempos, es común que las diferencias se solucionen destruyendo la imagen del oponente. Las redes sociales se llenan de gritos desaforados de un lado y otro en el que la discusión de los temas es lo menos importante y resaltan los insultos y las descalificaciones que buscan aniquilar ética y moralmente al que piensa distinto, al que se atreve a elevar su voz.

No es una práctica marcada por una ideología u otra. Desde la derecha y la izquierda, las bombas se lanzan de igual manera: el contrincante debe ser aniquilado. Desde perfiles falsos de Facebook, se cuestiona la integridad de quienes se oponen a su pensamiento, exacerbando la rabia y el natural descontento popular para traducirlo en linchamiento moral.

La discusión se convierte entonces en un apedreamiento y no en una reflexión que intente llevar, si no al consenso, si al necesario respeto por el otro.

¿Cómo construir la paz si todas nuestras acciones son marcadas por la necesidad de destruir al otro? ¿cómo convivir si no somos capaces de entender que el otro tiene razones tan válidas como las nuestras?

Los gobernantes y sus defensores no pueden caer en la trampa de creer que toda opinión adversa a sus decisiones debe ser contrarrestada con el aniquilamiento del oponente. Ellos representan al estado y éste debe dar ejemplo de convivencia y de discusión, con altura. Es claro, que deben esperar de la oposición, un debate en las mismas condiciones.

En estos tiempos de ánimos caldeados no se da ni lo uno ni lo otro.

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