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Revisando las hojas de vida y trayectoria de los actuales candidatos a tomar las riendas del país, es evidente que no podemos como colombianos seguir depositando nuestra confianza en los padres de la exclusión, en aquellos que desde sus posturas de extremos ideológicos le apuestan a la división, en los que se basan en la imagen de sus caciques que buscan a como dé lugar atornillarse al poder, en los herederos de las banderas políticas que hoy como buenos camaleones quieren deslindarse de sus partidos políticos con el fin de emprender movimientos “ciudadanos” que lo que hacen es manosear cada vez más a la democracia y a las instituciones, y por supuesto, en aquellos que hoy cuando hablan de corrupción y transparencia les queda muy bien la frase de que “existen personas que les gusta tanto la moral, que tienen dos”.

Hoy es el momento que dejemos de pensar en que hay que elegir entre el que diga Uribe, el que recoja las banderas de Santos o en un Vargas Lleras, que es el mejor ejemplo del oportunismo político. Por eso, dentro de la actual baraja de precandidatos presidenciales se viene fortaleciendo un movimiento liderado por personas que hoy gozan de pulcritud y transparencia en el ejercicio de la política: Sergio Fajardo, Jorge Enrique Robledo y Claudia López. Tres grandes candidatos que han logrado construir en medio de la diferencia, y encaminar desde cada una de sus orillas ideológicas, trasformaciones ciudadanas, democráticas y honestas.

Creo que cualquiera de ellos podría recoger las banderas de aquellos que por un lado estamos cansados de esos políticos y partidos que son expertos en lavarse las manos frente a la responsabilidad directa o indirecta de la actual crisis del país, y por otro lado, de la mayoría de los colombianos que se abstienen de votar por que hoy no creen en nada ni nadie en el tema político.

Como lo he manifestado en múltiples escenarios, deseo que de este grupo, en el que además irán apareciendo otros nombres, salga un candidato que logre gestionar las diferencias, que hable de la inclusión sin excluir o desconocer al otro por pensar distinto, que represente acuerdos programáticos de transformación de país, pero fundamentalmente, que sea escogido por encima de los egos y sea digno de la oportunidad histórica que podría recaer en sus manos.

Así mismo, el próximo presidente del país debe lograr sacarnos del evidente abandono en el que el sector de la ciencia y la investigación se encuentran, de trazar la educación como el eje fundamental en el inminente escenario del posconflicto, de devolverle la credibilidad a las instituciones, que tenga la capacidad de mirarnos a los ojos a los colombianos en un momento en el que la corrupción es más un discurso de campaña política.

En los próximos cuatro años, todo debe partir con la priorización de la educación como el eje transformador de Colombia, ya que hoy es imposible pensar que ésta es el principal motor del país cuando nos estrellamos con las cifras del proyecto de presupuesto para el año 2018 en donde se contempla un recorte drástico para Colciencias, que pasaría de recibir $380.000 millones a $222.000 millones. Jamás saldremos de la actual crisis económica y social si no se invierte en investigación y desarrollo.

De esos tres nombres que he dado, la balanza de mi preferencia se inclina hacia Sergio Fajardo, un hombre que personalmente no conozco, pero que sus proyectos, trayectoria y actos siempre han estado trazados desde la educación y la revolución ciudadana. Creo además que podría ser la persona que en medio de la inminente polarización en la que estamos por culpa de los que quieren seguir en el poder, lograría sanar las fisuras de la incredibilidad institucional y le daría un nuevo rumbo a Colombia.

Desde hoy me sumaré a esa apuesta de transformar a Colombia, e invito a todos a que lo hagamos desde lo que muy bien plantea Fajardo: teniendo al país en la piel para sentirlo, en el corazón para quererlo y en la cabeza para entenderlo y transformarlo. Es momento de salir de la indiferencia y la cómplice actitud de seguir votando por los mismos, que son los verdaderos culpables de nuestro oscuro panorama. Se puede…

El reto está entonces en que retomemos desde la cotidianidad y desde el seno de los hogares las frases como “el no todo vale”, “no siempre el camino más fácil es el más adecuado”, “todos tenemos los mismos derechos” o “el mejor ejemplo, empieza por casa”.

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