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La gran mezquindad

En contra de la expresión generalizada entre periodistas y politiqueros acerca del supuesto “dinamismo” de la política —“la política es dinámica” dicen unos y otros para justificar los negocios que hacen con ella —, pienso por el contrario que en el ejercicio de la política reboza un alto grado de rigidez.

Lo que goza de dinamismo es la coyuntura, el contexto, las condiciones, en suma, el telón de fondo en el que se hace la política.

Si algo caracteriza al buen político es su habilidad para leer el momento y actuar con base en ese azar. Éste, o la fortuna, como lo entendió Maquiavelo, si bien es susceptible de ser capitalizado políticamente, no es en sí mismo la política.

Hume, hablando de sentimientos morales, usó una definición de política que expresa perfectamente este punto de vista. Política es “el arte de adecuar el temperamento a las circunstancias”.

Sin embargo, la política no se hace en el vacío. No es un voluntarismo en abstracto. Por el contrario, es posible afirmar que no hay política sin sociedad ni cultura. La buena política o la gran política a la que algunos se refieren, solo existe en función de la definición de un orden social, real y concreto, y eso depende de ciertas condiciones históricas.

Por esa razón la “estrategia” particular del uribismo para ganar el plebiscito y su oposición general al Acuerdo de paz con las Farc son tan mezquinas. Nadie se opone a que hagan política, lo que es realmente infame es que lo hagan a costa de nuestro anhelo de paz y de las vidas humanas que eso implica.

De acuerdo con cifras del Cerac, a lo largo de los 4 años que tomaron las negociaciones, el proceso de paz “previno” la muerte de cerca de 2.000 colombianos y colombianas con ocasión del conflicto armado.

Pero transitando a paso firme por el camino empedrado de la Presidencia de la República para el 2018, el expresidente Uribe, su grupo de áulicos y los poderes económicos ¿y criminales? que lo secundan, han asumido que es preferible hacer que fracase la implementación del Acuerdo y reavivar el que sería tal vez el más sanguinario capítulo de nuestra guerra inane, antes de permitir que una alianza de centro izquierda los aleje de la posibilidad de regresar al poder.

Sus motivaciones se han explicado hasta la saciedad: una política de desarrollo agrario que pone en vilo a los despojadores de tierras que lo respaldan, un nuevo movimiento que entra a disputarles el poder local y regional, y que indudablemente inclinará la balanza del poder en el escenario nacional; una comisión de la verdad ligada a un modelo de justicia que promete revelar detalles inéditos de la alianza entre paramilitares, políticos, terratenientes e industriales que le granjearon la Presidencia, etc.

Para evitar su propia hecatombe, el Centro Democrático, la expresión político-institucional del uribismo, ha usado todo tipo de artimañas mezquinas: desde mentir abierta y descaradamente para ganar el plebiscito, hasta animar desde la retórica un ambiente de polarización proclive a la violencia. Ambas cosas han sido confirmadas por las Altas Cortes. (Ver nota Consejo de Estado, ver nota Corte Constitucional).

El saldo de líderes sociales y comunitarios, activistas políticos, defensores de derechos humanos, sindicalistas, representantes de víctimas y funcionarios estatales asesinados desde enero a septiembre de 2016 fue de 43. En noviembre, en solo 48 horas, 3 líderes fueron asesinados.

Las amenazas, todas, llegan con el mismo tono y sentido que ha dado el CD al debate político: la descalificación personal, la estigmatización y por supuesto, la mentira: “ideología de género”, “castrocavismo”, etc.

En el Tolima, el odio hecho política a través de ese partido ha encontrado su expresión más extravagante en el Diputado Milton Restrepo, y en el ex candidato a la gobernación y a la Cámara Francisco Mejía. Ambos, a costa de sus aspiraciones electorales, y léase intereses personales, muestran una impresionante voluntad de incendiar cualquier posibilidad de construcción de paz en el Departamento.

¿Hasta cuándo impondrán sus intereses mezquinos sobre la sociedad? Muy seguramente hasta que la misma sociedad deje de ser mezquina. Esa, lamentablemente, es una de las principales características de los colombianos y colombianas.

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