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La guerra insurgente en la Universidad del Tolilma

Tuve la oportunidad de hablar con un “encapuchado” de la Universidad del Tolima. Sus palabras, realmente, dejan ver hipocresía por parte de quienes aún sostienen que la insurgencia no hace presencia allí.
 
Llevaba dos meses tratando de contactar a un encapuchado. Finalmente, supuse que el día de los disturbios podía ser posible (Ver Nota).  Me habían dicho que por esos días iban a “tener fiesta”. Aproveché ese día que habían repartido un comunicado y les escribí un mail. Nunca llegó su respuesta. Por suerte, mi contacto me dijo que él había estado ese día al otro lado y que podía contarme algunas cosas.
 
Según me dijo, estos grupos “político-clandestinos” si responden a directrices de la insurgencia, algunos sólo simpatizan y se autofinancian, otros no, reciben dineros del monte. Se reúnen generalmente en grupos pequeños de 3 o 4 personas. La información circula aplicando los principios de confidencialidad, compartimentación y clandestinidad.
 
Algunos se reúnen en el Jardín Botánico de la Universidad del Tolima o en algunas zonas previamente pactadas y estudiadas. El bloque de los laboratorios, el 33 o cerca al restaurante. En estos lugares, a veces, es donde se cambian para salir al tropel o fabrican las famosas “papas bomba”.
 
Hay personajes que en esos círculos son conocidos como Martín, Deisy, Ernesto. Al igual que en la insurgencia se cambian sus nombres por personajes que ellos consideren representativos de las luchas sociales.
 
Algunos de estos grupos, que hacen presencia en la universidad, tendrían vínculos con las guerrillas ELN y las FARC. Los encapuchados son muchos de ellos estudiantes o agitadores que ingresan a la universidad exclusivamente para este tipo de eventos.
 
David, mi contacto, me contó que hizo parte de un grupo de estos, es estudiante de la Facultad de Humanidades pero, dejó de estar allí porque no le vio más sentido a “tirar piedra por tirar, pensando que eso va a cambiar algo”, comentó.
 
Según él, es hipócrita negar que la insurgencia y seguramente el paramilitarismo hacen presencia allí. La guerrilla tiene milicias urbanas (movimientos camilistas, bolivarianos, de liberación juvenil, etc.). “Los estudiantes siempre van a negarlo cuando algún medio de comunicación o alguien se atreva a decirlo”, aseguró.
 
Aunque personalmente no le creí muchas cosas de las que me dijo, está me pareció bastante pertinente. Es obvio que si uno ve en las paredes de los salones pintado el nombre de estos grupos, no es porque aparezcan de la nada. Estudiantes que simpatizan con estas ideas los pintan. Otra cosa es llamarlos de terroristas como lo hacía el senador Álvaro Uribe o la hoy Ministra de Educación Gina Parody. Algo que no he hecho, ni haré, después dicen que los estoy estigmatizando.
 
Pero si la guerrilla hace presencia allí, también el paramilitarismo y la policía. Es iluso pensar que no todos los actores del conflicto no tienen infiltrados allí. Sólo que los paramilitares no hacen presencia militar o “paradas” en la universidad. Tan sólo están por allí observando, identificando y pasando reporte, así como los agentes del Estado.
 
El día de los disturbios fui a tomar fotografías para este medio, y vi varios personajes sin uniforme policial, con casco de moto, ayudando a los policías a lanzarles piedras, canicas y papas bomba a los estudiantes encapuchados.
 
La universidad pública, en mi concepto, es la mejor radiografía del país. Actores de la ultra derecha e izquierda se pisan la manguera entre ellos, como dice el adagio popular; unos armando tropeles para tirarse piedra, otros escribiendo las mismas amenazas de siempre para amedrentarlos y así justificar la entrada de agentes estatales a la universidad.
 
Los unos espían a los otros, se acusan entre sí, y atentan contra la vida de quienes nada tiene que ver en esa irracional violencia de odiar al otro por pensar diferente. Eso en las bases, porque las cabezas toman té, whiskey o vodka y se dan abrazos de mejores amigos. La carne de cañón son los estudiantes, los policías y los ignorantes milicianos.
 
Da vergüenza ver jóvenes de 17 años lanzando una piedra contra otro ser humano, gritándose su odio, sin ni siquiera entender lo que se dicen. Eso es una prueba de que hemos fracasado como sociedad. Todo el mundo quiere vivir en paz, hablan de ella pero, no entienden que eso se construye en la vida cotidiana, en la acción más simple, no es un acuerdo final entre la guerrilla y el gobierno.
 
La universidad pública debe ser un escenario de paz, y es inconcebible que la guerrilla o cualquier grupo armado, haga a los estudiantes actuar bajo la premisa de la violencia en razón de una idea. Las ideas no necesitan violencia para subsistir, precisan de argumentos.
 
Es cierto que tienen capacidad de discernimiento pero, también hay que reconocer que el sistema educativo de Colombia es tan pésimo que los estudiantes no tienen ideas claras y por eso son fácilmente manipulables. Hablar con este joven ex encapuchado me dejo claro que pocos como él, son los que reflexionan y se dan cuenta que solucionar la violencia con más violencia no tiene sentido.
 
Si realmente queremos lograr una verdadera paz como sociedad, debemos empezar en las universidades rechazando cualquier acto de violencia que allí surja. A los encapuchados los estudiantes deberían enfrentarlos y sacarlos de la universidad y a quienes amenazan la diferencia censurarlos con la indiferencia, dejar de prestarle tanta importancia a sus panfletos mal escritos. Tener el carácter necesario y como los indígenas sacar a todos los actores de su territorio.
 
La guerrilla, los paramilitares deben estar en el monte y no en las universidades, al menos mientras nos reconciliamos como sociedad y todos volvemos al campo o a las ciudades como ciudadanos.

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