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Anderson Arboleda se murió pasadas las 3:00 de la tarde del miércoles 20 de mayo, exactamente hace un mes. A muchos ya se les ha olvidado el tema. Estamos absortos en la cosa del virus, peleando contra la cuarentena, unos comprando sin IVA y otros sin qué comer, mientras nos vamos volviendo locos, de a poquitos, pero locos al fin y al cabo.

Quien no ha olvidado lo que pasó es doña Ximena. Se acuerda perfecto de cada detalle, cómo estaba vestido, a qué olía, su rostro de piel suave, el pelo ensortijado, la última palabra que le dijo cuando se despidieron al regreso de la Estación de Policía, donde la humillación con la que los trataron debió doler más que los bolillazos: “Me dijo chao, así no más. No es que estuviéramos bravos, es que estaba todavía con ese gas en la cabeza”, me contó desde su cuarto en El Triunfo, a un lado de la vía en Puerto Tejada, Cauca.

La ausencia de Anderson la está consumiendo poco a poco. Ximena tiene 36 años y para mantener a sus otros tres hijos trabajaba como empleada doméstica en Cali hasta que le dijeron que no volviera porque -de pronto- llevaba el virus. “Mejor, porque por allá en Cali eso está dizque peor”.

Viuda, pobre, desempleada. Y negra, en un país -más que racista- asquerosamente clasista desde que los españoles comenzaron a vender esclavos en América, sin nombre y -por supuesto- sin apellido.

Sus amos los bautizaban con nombres castellanos y -con el tiempo- usaban el apellido de acuerdo con el oficio o procedencia, por ejemplo Carabalí, como se apellidaron los traídos de Calabar, en la costa de Nigeria.

Otros fueron tomando el apellido de su amo. Y Arboleda es, desde la Colonia, uno de los predominantes en el sur del país, dueños de vastas haciendas y riquísimas minas, especialmente en el Cauca, sostenidas por la mano de obra esclava.

Justo hace unos días debatían en Popayán el retiro de la estatua del poeta Julio Arboleda, clavada en un parque de la capital caucana. Julio, nacido en Timbiquí, muy cerca del Pacífico, fue asesinado cuando regresaba triunfante de la batalla de Tulcán. Curiosamente, la Policía le rindió homenaje poniéndole el nombre del ilustre militar y esclavista al edificio del Fondo Rotatorio de la entidad en Bogotá.

De la Policía, Ximena no quiere saber nada. De su apellido, menos. Aunque su mamá, Socorro, haya nacido -justamente- en un corregimiento de Timbiquí.

  • Descríbeme a tu muchacho.
  • Él era bajito como el papá (murió hace 10 años), de ojos cafés, pelo largo adelante, se hacía su moño, piel bonita, recocherísimo, cansón...

Me quedo sin preguntas.

  • Extraño verlo todos los días. Siempre me pedía que le regalara un minuto (de celular) para llamar a la novia o a la mamá.
  • ¿Cómo así? ¿No eres tú la mamá?
  • Sí, pero a mí decía Ximena. Mis hijos le dicen mamá a la abuela.

Ximena sabe que el olvido es su peor enemigo. Hace 15 días recibía más de 20 llamadas diarias, entre autoridades, políticos y periodistas. Y ayer, una. Hace una semana que la Policía llamó para disculparse y prometerle que los responsables pagarían.

Tiene sus dudas. El hijo mayor de Ximena murió cinco días antes del crimen de George Floyd en Minneapolis, Estados Unidos, a manos de un policía. Pero podría apostar que más colombianos saben quién es Big Floyd que Anderson Arboleda.

Mientras en Estados Unidos, el mismo día del crimen de Floyd se conoció la identidad del policía que lo asfixió, su historial de abusos, la reacción de los comandantes, el despido de los agresores al otro día y su captura 72 horas después, en Colombia, de quienes golpearon y gasearon a su hijo no se sabe ni el nombre, ni su historial, ni nadie está preso ni suspendido ni nada de eso. Apenas trasladados.

La última noche, Ximena jugaba dominó cuando Anderson -que por esos días vivía con la abuela- pasó por su hospedaje como a las ocho para despedirse. Después fue que la llamaron para contarle lo ocurrido.

“Lo volví a ver cuando lo acompañé a la Estación y estaba ya estropeado. Después lo dejé allá donde mi mamá, a él no le dolía nada cuando nos despedimos. Yo qué me iba a imaginar que se iba a morir”.

Lo que pasó fue absurdo. La tía Magali estaba en su habitación del primer piso: “Cuando oí gritos, salí a la ventana, pero la puerta del cuarto es dura pa' abrir entonces tocó empujarla. Por eso mi mamá me ganó la calle”.

Y cuando logró llegar a la calle, sin pensarlo dos veces, se metió entre el policía y su sobrino. Pero nada pudo hacer para evitar la descarga del palazo que finalmente lo mató. Sólo vio pasar el bolillo sobre su cabeza. Ella cree que, si la puerta no se hubiera atascado, habría llegado antes y no hubiesen alcanzado a golpearlo.

Me acordé de Santiago Nassar quien, huyendo de los hermanos Vicario, terminó muerto frente a la puerta de su casa porque su mamá la había cerrado unos segundos antes, pensando que su hijo estaba adentro.

Ximena también sufre por Jordan, su hijo de 18, que estudia en Popayán y no pudo ir al sepelio. “Le ha dado durísimo, esto ha sido un martirio para él. Los otros dos (hijos) por lo menos ya lo han llorado”.

  • A veces pienso que va a volver.
  • ¿De qué te acuerdas?
  • De que siempre me pedía el favor. Por favor me sirves el almuerzo (no comía pescado), por favor dame $2.000, por favor esto, por favor lo otro.

Claudia tiene la voz de resignada más dulce que he oído últimamente. Me dijo que el sábado iría con la novia de su Anderson a visitar al amor de ambas al cementerio. Quieren medir la lápida para mandarla hacer.

  • ¿Y queda muy lejos de donde estás?
  • Pues sí, un poco. Pero como se murió una vecina, nos vamos todos caminando.

Anderson cumpliría 20 años el próximo primero de julio. Ese día, el regalo será la lápida para su tumba.

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