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Las esculturas de los locos históricos de Ibagué

Investigación
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Seguramente, alguna vez se ha preguntado quiénes son estos dos personajes que se encuentran a las afueras del Museo de Arte del Tolima (MAT). No hay alguna placa que los identifique, pero hay una generación que los tiene presente en sus recuerdos.

Son nada más y nada menos que los "locos del pueblo", en la Ibagué de los años 60 y 70: La Guacharaca y Badana. “Eran andrajosos, andaban en la calle. Estos eran indigentes pero no drogadictos”, recuerda Álvaro Cuartas, historiador y abogado.

La Guacharaca

María Tovar era el nombre de la popular “Guacharaca”, recordada por su vocabulario. “De su boca solo salían vulgaridades, era extraño verla hablando normal con alguien”, recuerda Henry Rodríguez, quien en su niñez la veía pasar por su apartamneto en la 17 con Tercera.

“Doña María era loca y no loca. Cuando uno no la molestaba, ella le decía a uno guacharaco, para que uno le respondiera y ahí entonces encenderse”, dice.

La Guacharaca se la pasaba de café en café. Era común verla en el popular café Grano de Oro o en el café Candú. Allí particularmente, de manera amable, solía decir: “Papito me regala para un tinto”, dice Jorge Camargo, otro testigo de las 'madriadas' de esta mujer.

“Chochipastranistas” y “Venite Jijueputa”, son algunas de sus frases más recordadas de La Guacharaca, quien habría muerto en la tragedia de Armero, aunque esa información nunca se confirmó.

En su mano siempre cargaba un palo y de vez en cuando se le veía con una botella de aguardiente, pues según cuentan le gustaba tomar. Mantenía descalza, tiraba palos, piedras y se levantaba la falda enfrente de todo el mundo, no le importaba mostrar sus partes más íntimas.

Cuando se encontraba con Badana, otro personaje de la época, era una guerra declarada, una verdadera batalla campal. Cada uno con su palo se intentaba defender del otro. La Guacharaca contaba con la fortuna de ser más ágil, pues su contrincante tenía dificultades para ver.

Por eso, resulta algo curioso para algunos adultos verlos juntos en el museo, pues en la realidad “no se podían ver porque se agarraban a palo”, recuerda Alberto Molina, taxista.

Badana, tranquilo pero peligroso

“Vestido con un saco desgastado, andrajoso, andaba descalzo y los pantalones se los sostenía con un pedazo de cabuya, era mueco y tenía un ojo apagado”, cuenta Álvaro Cuartas.

La felicidad de los muchachos de la época era gritarle Badana, a lo que el se devolvía y cogiéndose sus genitales respondía: “Aquí tengo este para su mamá”.

Cuando lo molestaban “mandaba el palo con el que mantenía para todo lado”, asegura Martín Gutiérrez, estudiante del Colegio San Simón de la época.

Pedro Gualteros como decían que se llamaba, se la pasaba la mayor parte del tiempo en la calle y se alimentaba de los sobrados que la gente le daba, especialmente en algunos restaurantes.

Solía mantener cerca de los colegios del centro de Ibagué: La Presentación, San Simón y Cisneros. “Era una persona tranquila, mantenía siempre con su costal. Recuerdo que sus pies mantenían hinchados y mantenía con muchas lagañas”, afirma Margareth Bonilla, directora del Museo de Arte del Tolima (MAT).

Ahora, sus esculturas se encuentran en el MAT, y son pocos los jóvenes que conocen quiénes eran, qué hacían y por qué se encuentran allí.

Las esculturas de nadie

Las esculturas fueron realizadas por el maestro Enrique Saldaña en el año 2007, por encargo del entonces alcalde de Ibagué, Rubén Darío Rodríguez. Sin embargo, sólo hasta el año 2009 fueron dadas a conocer en el marco de su exposición retrospectiva en el Museo de Arte del Tolima.

“Nadie quería quedarse con ellas, entonces él aprovechó y las llevó allí. Las esculturas pertenecen a la alcaldía y desde la exposición no ha venido a recogerlas”, asegura Margareth Bonilla, directora del Museo.

Al parecer las esculturas, al igual que los personajes que las inspiraron, están destinadas a permanecer en la calle, sin un doliente, andrajosas y deterioradas.

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