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De Jerusalén a Ibagué: así fue la travesía de Nabil Salama y su restaurante de comida rápida árabe

Migrante, piloto, mercader y chef. Nabil Salama, nacido en Jerusalén, ha vivido múltiples vidas en Colombia. Aquí su historia.
Historias
Autor: Juan Esteban Leguízamo
Autor:
Juan Esteban Leguízamo
De Jerusalén a Ibagué: así fue la travesía de Nabil Salama y su restaurante de comida rápida árabe

Esta es una historia irrepetible, de las que suceden con la frecuencia de una estrella fugaz. Su protagonista es Nabil Salama: un palestino de corazón colombiano.

A sus 61 años, domina el español, aprendió a saludar diciendo ¡quiubo! y tiene su propio restaurante de comida árabe: ‘Alí Babá y sus 40 delicias’. Aunque se encuentra a 11.500 kilómetros de su país natal, Palestina, él asegura que aquí morirá. “Estas canas son colombianas”, dijo, y esta su historia.

Nabil Salama nació a cuatro cuadras de donde murió Jesucristo. “En el Santo Sepulcro”, explicó, en la Jerusalén de 1960. Creció en un contexto de guerra entre Israel y Palestina, que lo obligó a partir en un viaje sin retorno a sus 21 años.

“Los jóvenes no teníamos oportunidades y por eso muchos migraban. Lo de Israel es un régimen militar y había mucha represión hacia nosotros. Tanto así que lo importante era salir, no llegar”, manifestó.

Con esa idea en mente y el corazón apretado, dijo adiós a su familia. Pero en ese adiós, ya estaba la bienvenida.

“Primero llegué a Barranquilla. Yo no creía que esto fuera Colombia. Además, no conocía una palabra en español”, dijo.

Y añadió: “Luego tomé una avioneta para ir hacia Maicao, en la Guajira, donde estaba mi hermana mayor (también palestina) esperándome. Al ver la pista, yo pensé que era un aterrizaje de emergencia. Había arena, gravilla y puro polvo”. Era 1981.

Comenzó entonces a trabajar en una tienda de ropa como cajero y como el encargado de vigilar que nadie se robara algo. “La gente me mamaba gallo por mi aspecto”, manifestó. Y así, tan parroquiales como somos, aprendió por las malas el español costeño, es decir, con dificultad doble.

Luego de aprender a defenderse, viajó adonde otro hermano, en Bolivia. Allí le propuso hacer cursos de aviación.

“Me tocó duro por el idioma técnico, pero pude convertirme en piloto privado con licencia. En esa época (el 84’) me costó 3.000 dólares. Me faltaron recursos para ser piloto comercial, que costaba 10.000”, expresó.

Sin embargo, aún siendo piloto, Nabil conoció el tedio. No había muchas oportunidades laborales para él y entonces regresó a Colombia.

“Entonces invertí en mercancías. Surtía desde Maicao hacia el interior del país. Poco a poco conseguí compradores en Pereira, los dos Santanderes e Ibagué. Enviaba perfumería, detalles pequeños y artículos para ferretería. Pa’ que vea”, relató.

Sin embargo, Maicao le quedaba pequeño, y necesitaba de una ciudad que encajara en sus expectativas.

“Entonces escogí Ibagué, fue la mejor opción. Vine en el 87’ con mercancía para montar un local en el Centro Comercial Combeima, en el segundo piso”, explicó.

Fue allí mismo, y en esa época, cuando conoció la razón para permanecer por siempre en esta ciudad.

“Acabé mi jornada cuando vi una comparsa de mujeres entrando y recochando. Era junio, en pleno San Juan. Invité a una de ellas a tomar una cerveza y ya llevamos 33 años juntos. Es ibaguereña. Me fue bien, gracias a Dios”, dijo.

Fruto de esa unión nacieron Ilen Salama e Issa Salama, “la parejita”, les dice. Así pasaron los años, ya formado un hogar colombo-palestino, hasta que tuvo que cerrar su negocio del Combeima en 1990.

“La fiadera me quebró. Entonces me puse a hacer cosas para matar el tiempo. Galletas, ponqués, torticas, pan. Eso lo había aprendido de joven en mi casa en Palestina”, señaló.

“Luego le dije a mis vecinos: vecino, aquí le traje un cariñito. Y al otro día me decían: ¿uy no tiene más de eso? Haga y yo le compro. Entonces desde ahí me quedó sonando la idea de hacer comida y vender”, recordó.

Fue así como, a través del voz a voz, se hizo un nombre y comenzó a vender sus productos a las cafeterías de más de un colegio en Ibagué.

“Vendí en el San Bonifacio, La Presentación, El Germán Pardo, El Tolimense, Las Exalumnas de la Presentación… llegué a hacer más de mil galletas diarias. Mejor dicho: un voleo tremendo”.

Su éxito inesperado lo hizo crear una cooperativa con la que pudiese surtir la demanda de tantos estudiantes y, para ello, necesitó más de dos manos.

“Tenía varios empleados en la casa y en los colegios, ellos se encargaban de que todo quedara al pelo”, indicó.

Así se mantuvo un tiempo (incluso adquirió una camioneta para hacer recorridos escolares) hasta que, otra vez, llegó el tedio y el cansancio. Nabil liquidó su cooperativa, vendió su vehículo y –ahora sí– montó su propio restaurante de comida árabe: ‘Alí Babá y sus 40 delicias’ (inspirado en una famosa leyenda árabe).

Durante veinte años, su negocio estuvo ubicado en cuatro lugares de Ibagué. La quinta fue la vencida: en el barrio Macarena, calle 41, entre carreras Quinta y Ferrocarril, donde continúa hoy.

Allí ofrece –entre otros platos– quibbe, maklube, malfuf mahshi, sayadiye, falafel y tabbule.

Así, aunque ha vivido múltiples vidas, Nabil Salama prefiere solo una: la que encontró como destino en la cocina y, por supuesto, Ibagué, junto a su familia. "Estas canas son colombianas y aquí moriré", sentenció.

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