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El drama de Venezuela detrás del Sombrerero de la Tercera

Ibagué
Autor: ElOlfato
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Desde las 8:00 de la mañana vendedores ambulantes, cantantes, pintores, actores y hasta humoristas, aprovechan el río de gente de la calle Tercera de Ibagué para ofrecer minutos, el último utensilio de cocina que le hará la vida más fácil al ama de casa;  la raqueta que deja electrocutados a los mosquitos; chicles, cigarrillos, juguetes: lo que usted necesite. Cristhoffer Rivera ofrece sonrisas.

Cristhoffer se hace siempre en el mismo lugar. Sube a su banquito con su pintoresco traje,  su cabellera de color cobrizo intenso y el infaltable sombrero que, como el personaje que interpreta, él mismo fabricó. Se para en una posición rígida y empieza a silenciar todo su cuerpo, sin parpadear o tan siquiera pasar saliva, como si el tiempo quedara suspendido. Puede pasar una o más horas para que alguien rompa el encantamiento del Sombrerero con una moneda. Él, salta sonriente en su banco y, con un matiz de locura le da una vuelta y un beso al causante de devolverlo a la vida. Las personas se ríen y siguen su camino pero él vuelve a su sitio, de nuevo a la posición rígida a la espera de alguien más.

Hay quienes no se cansan de verlo saltar y sonreír y gastan hasta la última moneda de su bolsillo para que la escena se repita una y otra vez: “la clientela”, como él la llama. Sin embargo, lo que ellos no saben es que detrás de ese maquillaje blanco y largas pestañas hay un joven de 22 años que tuvo que huir de su país en busca de mejores oportunidades. Y que cambió su cómodo hogar por un hotel cerca al centro en el que solo descansa lo necesario para coger fuerzas y empezar de nuevo.

La Venezuela que dejó 

Hace dos años Cristhoffer salió de Venezuela con nada más que un par de zapatos, una muda de ropa, su traje de Sombrerero y sus sueños. Atrás dejó a su mamá Penelope y a su hermano Samuel, de 11 años, que son para él su vida, su todo y a quienes quincenalmente les envía algo de dinero. “Nadie estuvo de acuerdo en que me fuera así, sin más ni más, a un país  que no conozco a experimentar. Mi papá incluso, que no vive conmigo, me dijo: -no, Cristhoffer, no te vayas-, mi abuela  dijo no, y mi mamá lloraba. Yo estaba decidido, me quería ir porque quería algo pa’ mí, porque si estudié fue por algo. Entonces yo me dije: quiero ir por lo mío y algo voy a conseguir”, comenta él.

Actor venezolano tresRivera es técnico en artes plásticas, vivió en Maracaibo toda su vida. Es extrovertido, alegre, loco. “Del grupo siempre hay un loco, bueno, ese soy yo. Me encanta hacer reír  a mis amigos y creo que por eso a la hora de elegir un personaje lo elegí a él, porque representa lo que soy”. 

Antes de venir a Colombia Cristhoffer hacía su función de estatuismo junto con un amigo en un centro comercial de su ciudad, él era el Sombrerero y su amigo el Jóven Manos de Tijera. Todo era un éxito hasta que la situación en Venezuela empezó a empeorar. “No encontraba trabajo en lo que había estudiado, no nos rendía la plata. El sueldo allá es poco y no alcanza. Entonces, yo me pregunto, luchar tanto ¿para qué?”, cuenta él.

Su amigo, Manos de Tijera, se fue a probar suerte a Santa Marta y tiempo después allí estaba Cristhoffer junto a él.  En Santa Marta duró dos años, entre idas y venidas de la ciudad a Maracaibo. Conoció a Barranquilla; fue al  festival Vallenato en Valledupar y a la Feria de las Flores en Medellín. Luego, un amigo le comentó que en Ibagué le podría ir bien, porque valoraban su arte, así que sin pensarlo dos veces cogió su maleta y se vino para la ciudad.

A pesar de estar en constante movimiento, conociendo nuevas culturas y paisajes, Rivera echa de menos a su país, la comida, los amigos, su gente. “Yo extraño todo de Venezuela y si no estuviera así como ahora está yo no estaría aquí. Aquí no salgo con nadie me la paso de la calle Tercera al hotel, pero todo el mundo me saluda, me tiene cariño”, explica.

Sus amigos son ahora el señor de los mangos, o el de los minutos, o las señoras de los almacenes que de cuando en cuando le dan un vaso con agua para pasar las tardes de altas temperaturas. “No falta el que te discrimina y te dice: ¡mira, venezolano, vete para tu país! ¡vete a comprar la comida de tu país! Pero yo no  puedo juzgar a los colombianos por uno o dos. Han sido muchos más los que me han tratado bien que los que no”, confiesa.

A veces Cristhoffer ve las noticias y no puede evitar sentir impotencia por lo que está pasando en su tierra.

“Quisiera estar allá luchando pero no, me toca estar aquí. Esa cantidad de muertos que dicen en los medios que van, son muchos más, eso no lo muestran por televisión; tú para poder comprar un producto tienes que hacer una fila como de dos días, a veces estás en el puesto número 500 y salen y te dicen: oye, se acabó la comida, y tienes que salir a tu casa, sin nada. Y cuando digo comida es sacar una harina pan y azúcar, eso no lo muestran por televisión. Que a ti te maten por una harina pan o por una bolsa de leche, eso no lo muestran por televisión”.

Es por eso que Rivera trata de trabajar de domingo a domingo para solventar económicamente a su familia y para seguir viajando.

El sueño del Sombrerero

En el brazo izquierdo Cristhoffer tiene tatuada la imagen de un lobo, un bosque y una luna llena rodeada de una espesa neblina roja con cuatro remolinos circulares a su alrededor que representan a su papá, a su hermano, su mamá y a él.

En el cuello el nombre Samuel resalta a la vista y en su hombro la frase “Penélope eres mi vida”, porque Rivera lleva a su familia en su cuerpo y en su mente. Incluso, mientras se encuentra suspendido, como estatua, y su mente se eleva, a menudo piensa en ellos, en sus proyectos y ahorros. Es así como logra congelar sus movimientos por tanto tiempo.

Y aunque nunca dejaría de ayudar a su familia, su idea es seguir con su ruta viajera. “Ahora mi objetivo es reunir, ver a mi familia, llevarles algo e  irme  a Ecuador, Perú y Chile, y quedarme allá algún tiempo. Quiero conocer, esa es mi vida, viajar, conocer fronteras, nuevos idiomas, nuevas culturas, eso es lo mío”, dice Cristhoffer.

Actor venezolano dos

Un sueño que ha contado con tropiezos; días de fiebre y amigdalitis que lo dejan tendido en la cama, sin poder tener con qué comer o pagar la habitación; o recientemente, cuando robaron de su cuarto  gran parte del dinero que tenía ahorrado para llevar a Venezuela.

Sin embargo Rivera siempre pasa página, maquilla su cara de blanco, azul, rojo y naranja y sale con su enorme sombrero a ofrecer sonrisas a quien quiera recibirlas. “Lo importante es que estoy bien. Mira por ejemplo lo que pasa en mi país, nosotros éramos felices y no lo sabíamos, hasta que nos arrebataron la felicidad. Ustedes, los colombianos son felices, están excelente y no lo saben”.

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