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El drama de los vendedores ambulantes de Ibagué que deben enfrentar el hambre y la pandemia

Miguel Ángel Fiscal Bravo es un vendedor ambulante de Ibagué que la pandemia del COVID-19 lo obligó a reinventarse. Pasó de vender peladores de verduras a tapabocas en el centro de la ciudad.
Ibagué
Autor: Juan David Ortiz
Autor:
Juan David Ortiz

Miguel Ángel Fiscal Bravo es un vendedor ambulante de Ibagué que la pandemia del COVID-19 lo obligó a reinventarse.

Este comerciante de 30 años de edad, que cursó hasta noveno de bachillerato y ha trabajado desde su infancia, pasó de vender peladores de verdura en la carrera Tercera de Ibagué, a tapabocas de colores, guantes y caretas de bioseguridad que por estos días son los artículos más comprados en el mercado local.

A pesar de estar en cuarentena, Miguel no puede darse el lujo de quedarse en casa ya que tiene obligaciones que no dan espera y cuatro personas a su cargo: una hija de 11 años, un hijo de 12, su esposa y su señora madre, quien es adulta mayor y padece de una enfermedad mental que es tratada con medicamentos que debe comprar cada semana de su bolsillo.

“A mi mamá no le dieron la medicina en el Sisbén entonces me toca comprársela diaria, es una droga psiquiátrica que la caja vale $46.000. Eso le dura para cuatro o cinco días y toca comprársela porque mi madre es una adulta mayor que no tiene recursos para hacerlo”, relata Miguel Ángel.

Su jornada laboral inicia a las 7:00 de la mañana. A esa hora sale de su casa ubicada en el barrio Yuldaima y en compañía de un icopor lleno de tapabocas que le ‘fio’ un conocido que confecciona ropa, se va caminando hasta el centro de la ciudad en busca de clientes que necesiten sus productos.

Antes de la pandemia, Miguel Ángel se ganaba diariamente en su trabajo ambulante entre $50.000 y $70.000. Ahora, aunque las ganancias son pocas, las considera sagradas para sostener su hogar.  

“Es esta época vendo poquito, pero por lo menos llevo algo para la casa. Desde que uno salga se hace algo y es mejor que no llevar nada. Los tapabocas me están dando lo del diario para pagar la comida de mi familia”, expresa Miguel mientras ofrece sus productos en la calle 15 con carrera Tercera.

A pesar de que camina todo el día y está en permanente riesgo de contagiarse, no le tiene miedo al nuevo coronavirus.

“No le tengo miedo a la enfermedad ni a la muerte. Enfermedades hay demasiadas, una más, una menos, eso no me preocupa”, afirma.

Aunque le gustaría retomar sus estudios, la falta de tiempo y las obligaciones que tiene con sus seres queridos se lo impiden. Confiesa que le llama la atención cursar alguna carrera en el SENA, sin embargo, dice que no puede dejar de trabajar porque si lo hace, no come.

“Sí me gustaría, pero yo dependo de lo que vendo diario. Si yo tuviera otra fuente de ingreso podría estudiar y haría muchas cosas que no puedo hacer por la obligación. Espero algún día no muy lejano hacerlo”, concluye Miguel mientras sigue su camino ambulante por las calles de la capital tolimense.

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