Muy pocos argumentos adicionales o novedosos se pueden plantear a estas alturas acerca de la conveniencia de votar Sí en el plebiscito del 2 de octubre. Más allá del enrevesado contenido de los acuerdos, el simple hecho de que un grupo alzado en armas esté dispuesto a hacer política sin ellas, debería ser motivo suficiente para apoyar con denuedo el Sí este domingo. Por ello, quiero ocuparme en esta columna, de dos asuntos, dos paradojas, que a mi juicio han caracterizado estos últimos días el debate alrededor del plebiscito.
Poco a poco se han venido cayendo por su propio peso las mentiras, tergiversaciones y verdades a medias expresadas por los líderes de la campaña por el No en el plebiscito. Desde los salarios de casi dos millones de pesos a los guerrilleros hasta las dudas sobre si los miembros de las Farc pedirían perdón a sus víctimas. No obstante, el senador Álvaro Uribe y su séquito continúan sin sonrojarse con la campaña de desinformación que, huelga decirlo, ha logrado calar en sectores de la opinión pública.
La punta de lanza de la campaña y el auditorio cautivo de la campaña por el No tiene su base principal en los púlpitos de las diversas congregaciones religiosas cristianas y evangélicas, entre otras. El uribismo logró fácilmente vender la idea según la cual la tal “ideología de género” está contenida en los acuerdos de La Habana y por esa vía encontró en los pastores de muchas iglesias a fervientes promotores del rechazo al plebiscito del 2 de octubre.
Esta es una primera paradoja que se ha constituido en los últimos meses de cara a la decisión de la ciudadanía este domingo: Los llamados a hablar de perdón y reconciliación son hoy por hoy los más furibundos defensores del No en el plebiscito; son los mismos que buscan a toda costa evitar el cierre de las heridas que ha dejado el conflicto durante 52 años. Para muchos de estos pastores, lo del amor al prójimo y el perdón es solo para los días de fiesta. Y como su oposición tiene detrás inconfesables motivos, no queda sino esperar que los fieles de esas iglesias, por su propia cuenta, se rebelen contra sus pastores y se acerquen a una postura más consecuente con la ética cristiana.
Esperamos que estén dispuestos a soltar las biblias para abrazar la razón y no las armas, al contrario de lo pregonado en el video que circula en redes sociales donde se muestra a militantes de Tradición, Familia y Propiedad haciendo un llamado a la violencia. Ante la andanada de odio e intolerancia que destilan muchos grupos cristianos, evangélicos y demás a propósito de su campaña por el No, solo queda decir: ¡Líbranos del "bien"!
La segunda gran paradoja también está relacionada con el perdón, pero desde una perspectiva política. A muchos los tomó por sorpresa que en el discurso público pronunciado por Rodrigo Londoño, alias Timochenko, el pasado lunes en Cartagena, éste pidiera perdón por las víctimas que su alzamiento en armas ha causado en varias décadas. Esto se sumó al acto privado con los familiares de los diputados del Valle y con las víctimas de la execrable tragedia de Bojayá. Los promotores del No, encabezados por el senador Uribe, apenas pudieron decir que era un perdón “hipócrita”, ante el tozudo hecho de que el jefe de las Farc hiciera lo que el uribismo había exigido y utilizado como justificación para aceitar su campaña contra el plebiscito.
Pero lo paradójico de esta actuación es que en el caso de las Farc, estas muestras de perdón, reconciliación y arrepentimiento, no tuvieron detrás ninguna sentencia judicial que los obligase a llevarlas a cabo, sino que fue un gesto que la sociedad entera reclamaba. Entre tanto, el estado colombiano solo ha pedido perdón a medias por sus crímenes cometidos, por las violaciones a los derechos humanos o por la connivencia con paramilitares, pero luego de sentencias judiciales que lo han obligado a hacerlo. Urge que la sociedad colombiana exija del estado el mismo gesto para empezar a cerrar las heridas que ha dejado la guerra.