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Con licencia para discriminar

En los últimos días se ha suscitado un agudo debate nacional en torno a unas supuestas cartillas, expedidas por el Ministerio de Educación Nacional, en las que se dan orientaciones en materia de educación sexual y de género. Y esta situación ha puesto en escena, nuevamente, la homofobia abierta y disfrazada de una parte significativa de la sociedad colombiana, que por ser probablemente mayoritaria cree tener el derecho a discriminar.

No ha sido posible hacerle entender a muchos colombianos, en especial a aquellos que salieron a marchar el pasado miércoles, que la iniciativa de revisar los manuales de convivencia de los colegios del país, proviene de una sentencia de la Corte Constitucional que busca asegurar que en estas normas se establezcan mecanismos idóneos para evitar la discriminación de que son objeto muchos niños y jóvenes en los colegios públicos y privados del país.

Recordemos que esta sentencia se da en el marco del lamentable caso de Sergio Urrego, estudiante del colegio Gimnasio Castillo Campestre, quien terminó con su vida como consecuencia del matoneo que recibió de las directivas de esa institución. Así las cosas, es importante señalar que precisamente la sentencia de la corte busca salvaguardar los derechos de miles de niños que a diario sufren de discriminación.

Quienes se oponen a esta medida de claro corte democrático y progresista argumentan que la pretensión del Ministerio es imponer “la ideología de género”, o inducir a la homosexualidad al conjunto de la población infantil y adolescente del país. Por ello, lanzaron la idea falaz de que la marcha era por la defensa de los derechos de los niños y del derecho de la familia a educar a sus hijos con los valores que consideren adecuados para su formación.

No puedo dejar de pensar y decir que esto es simplemente una tontería. Pero una tontería que oculta un objetivo perverso. Es una tontería porque la homosexualidad, así como la heterosexualidad, no se puede enseñar; no es posible inducir a una persona a sentir atracción por personas de su mismo sexo, así como tampoco es posible hacer lo contrario. La prueba está en la gran cantidad de personas homosexuales que existimos en el mundo a pesar de haber sido criados y educados en un ambiente heteronormativo. La homosexualidad no es una ideología, no es un ismo al que nos podamos adscribir como consecuencia de que alguien forme nuestra mente para pensar y actuar de esa manera.

Pero también señalo que es una tontería peligrosa, con un objetivo perverso, inconfesable, porque en el fondo muchas de las personas que salieron a marchar quieren defender no el derecho de los niños o el derecho a la autonomía de la educación familiar, sino el derecho a discriminar y el derecho a enseñarles a sus hijos a ser discriminadores. Quieren poder enseñarles a sus hijos a no relacionarse con el amanerado, con el de gustos “raros”, con el diferente. Están en contra de que este tipo de acciones discriminadoras sean penalizadas cuando ocurran en los colegios, porque, en última instancia, consideran que ser homosexual es algo malo y contagioso.

Por ello les aterra que los niños puedan ser “inducidos” a la homosexualidad, algo que no es posible. Pero incluso si fuera posible, la única razón para estar en contra de la homosexualidad es porque se considera como algo negativo, algo que no debe ocurrir, que no debe existir. Ante todo esto permítanme señalar que el derecho a discriminar no existe. Por más profundas que sean sus convicciones religiosas, por más dueños del destino formativo de sus hijos que pretendan ser, esos padres de familia que marcharon no tienen el derecho a discriminar y por ello los colegios no pueden renunciar a educar para el respeto y la inclusión.

Coletilla: Me pregunto cuántos de los padres que salieron a marchar tienen hijos homosexuales sin saber que con sus actuaciones los están arropando con amargura e infelicidad.

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