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Alejandro Villanueva, el pionero de las minitecas en Ibagué

Investigación
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Generar alegría ha sido el principal motivo de su trabajo. Jairo Alejandro Villanueva Cardozo, mejor conocido como “Alejo”, es uno de los pioneros de las minitecas en Ibagué. Ante sus ojos ha visto evolucionar lo que significa una fiesta, y lo que implica realizarla con entrega y responsabilidad.

Actualmente, es propietario de ZC Eventos VIP, empresa productora de eventos sociales y corporativos a nivel regional y nacional. También ha sido Dj y periodista, pero eligió continuar siendo artífice de los grandes recuerdos de los ibaguereños en sus fechas especiales. Hoy, ZC Eventos VIP tiene cobertura en varias ciudades de Colombia, y el próximo año llega a 30 años de creación.

Como hijo de un músico, no vivió en un solo lugar. Alejandro Villanueva nació en Bogotá, y a los 4 años abandonó el país para radicarse en Ecuador con su familia. Su padre, Jairo Villanueva, era baterista de la orquesta La Onda Panamericana y realizaba giras por toda Latinoamérica. Incluso, de un viaje a Estados Unidos conoció el jazz y trajo sus primeras melodías a Ibagué. Alejandro confiesa que tiene una frustración musical. Aunque convivía a diario con la magia de la voz y el sonido, no tomó el mismo camino de su padre. No sentía la vocación de ser músico, por lo que considera que su aporte está más bien desde la ingeniería del sonido.

A su regreso a Colombia, Alejandro termina sus estudios de secundaria en el Gimnasio Mixto de Bachillerato en Ibagué, donde germinaría el proyecto ZC, aún sin este nombre. “Con unos amigos de la cuadra pensamos en montar una miniteca, entonces nos reunimos…uno compró unas luces, a mí me tocó la bola de espejos…y con eso hacíamos fiestas de casa en casa”.

La llamada miniteca consistía en un sistema móvil de sonido y luces para amenizar las fiestas de aquel entonces. Su formato llegó a Colombia de países como Estados Unidos y Venezuela, y las minitecas de Bogotá fueron el modelo para quienes querían aventurarse a montar la suya. En Ibagué, ya existían dos; Disco Night propiedad del arquitecto Iván Mantilla, y  FX de Leonardo Velandia. Por un inconveniente, la pequeña sociedad de Alejandro y sus amigos se disolvió. Decide entonces independizarse y tomar en serio el asunto.

Gracias a un préstamo de una tía, logró adquirir los equipos de Disco Night, cuyo dueño se fue a estudiar a Bogotá. Empezó solo, en el año de 1986, con una bola de espejos, una manguera, tubos de luz negra y un reflector de los que llamaban semáforos. Algunas veces, sus amigos de la cuadra lo acompañaban a hacer el montaje, pero también como excusa para gozarse una celebración, a ritmo del lado A y B de los antiguos casetes.

Eran populares las “empanadas bailables”, fiestas en las que no se consumía licor sino solamente empanada y gaseosa.  “La dicha de ir a esas fiestas, era que uno tenía la posibilidad de ir a rumbear gratis…realmente esa era la finalidad. Uno iba y hacia una fiesta… se tomaba unos traguitos… y si estaba uno de buenas, salía hasta con novia”. Hacer el montaje para una fiesta costaba unos $30.000, que en realidad alcanzaban a cubrir sólo el transporte de equipos.

La anécdota de la bola de espejos

Alejandro estaba cerca a cumplir 18 años, cuando se dejó impresionar por la bola de espejos de una discoteca de la Calle 42 con Carrera Quinta. “Mis amigos bailando, farreando, y yo como un tonto mire y mire la bola de espejos, y yo era:- pero cómo funciona, cómo hace…yo tengo que comprarme una bola de espejos”. Ese fue su proyecto de ahorro, pero no contaba con mucho dinero. Luego de esforzarse, se acercó ansioso con sus $5.000 a uno de los locales de la Calle 17 entre Carreras Cuarta y Quinta, para por fin comprarla.


Llegó a su casa, entró a su cuarto, y cerró la puerta. Clavó dos puntillas a lado y lado, puso un alambre, colgó la bola y apagó la luz. Para su sorpresa, la bola no prendió. Al hacer el reclamo, le dijeron que la bola necesitaba de un reflector para producir la luz. Sin embargo, como sólo tenía “sueldo de estudiante”, se valió de su creatividad. “Me fui para la cocina, le saqué la olla chocolatera a la abuela, le abrí unos huequitos, le puse un plafón, me conseguí una cartulina negra, hice como un cono…cogí un bombillo…cerré la puerta, apagué la luz y prendí la bola de espejos”. Pero ocurrió otro problema: la bola no dio vueltas.

Perseverante y con algo de indignación, volvió a donde la había comprado. El vendedor le explicó que la bola requería de un motor para poder moverse, costo que también excedía su bolsillo. Pero de nuevo se valió de su ingenio, pidiéndole a un vecino un motor pequeño. Con todo y su perseverancia, el experimento no arrojó resultados esa vez. Tan pronto encendió el motor, la bola chocó contra la pared, quedándose con las ganas de hacer de su habitación el mejor salón de baile.

La marcha de ZC

Como “zona de control” bautizó Alejandro Villanueva a su proyecto empresarial. Para él, la realización de una fiesta implica ante todo responsabilidad y velar por la seguridad de los asistentes. Por ello, Alejandro definió como “zona” el espacio donde se lleva a cabo una reunión o agasajo, y le añadió “control” por representar el necesario orden y respeto que debe mantenerse.

ZC ha cambiado de nombres en varias ocasiones. Primero fue Zona de Control, luego ZC Miniteca, sugerido por un amigo publicista. Más adelante se llamaría ZC Maxiteca, ZC Megafiestas, ZC Conciertos, ZC Discomóvil,  ZC Entertaiment, ZC Fiestas y Eventos, hasta llegar a ZC Eventos VIP desde el año pasado. Estos cambios sucedían por interés de estar conectados con las modas, y ser tendencia en la ciudad.

De la miniteca se pasó a montajes de mayor infraestructura, lo que implicaba nuevas acciones y un despliegue más exigente. En las fiestas de los años 80’ resultaba dispendioso hacer un montaje para una fiesta. “Al principio colgábamos las luces en unos andamios…hacer una fiesta era toda una odisea, porque le tocaba a uno ir a alquilar el andamio en la Ferretería, contratar una zorra, echarlos, llevarlos al sitio, armarlos, montar luces, y luego devolver todas las cosas”. Además, no eran usuales los trasteos en camionetas, por lo que se debían tomar varios taxis. La labor, en total, duraba casi todo un día.

Luego, llegarían nuevos equipos con el vertiginoso avance tecnológico antes del nuevo siglo. Luces tecnificadas y audiorítmicas, y bolas con reflectores y movimiento, fueron algunas invenciones que le imprimían un sentido estético diferente a la música, el baile y las luces.

Las fiestas más recordadas

Desde recrear Alicia en el País de las Maravillas, pasando por hacer sonar la canción la Camisa Negra de Juanes 21 veces en una sola noche, y montar una fiesta Hollywood en el Museo El Chicó en Bogotá, ZC se ha esforzado por complacer los gustos y excentricidades de sus clientes.

Alejandro recuerda con estima una de las primeras fiestas que animó en Ibagué. Fue en el Colegio San Luis Gonzaga (hoy Colegio Champagnat).  “En ese patio hicimos tremenda fiesta…fue una cosa de locos…todos los muchachos de Ibagué fueron a parar allá, no le cabía un tinto”. La fama de ZC era tal, que junto con Rumba Nigth, la otra miniteca reconocida de la ciudad, convocaron a una de las llamadas “guerra de minitecas”. El evento se promocionó por afiches y hubo gran cantidad de gente en el escenario de encuentro: el antiguo Club de Empleados. El afán de ingresar era tal, que algunos de los asistentes cayeron a una piscina que no se divisaba desde la puerta.


Otra de las fiestas recordadas, es la de una chica que cumplía quince años y deseaba un ambiente musical poco convencional que Alejandro no se esperaba. “Lo hicimos en una casa en Belén…una niña que le gustaba el rock…llegamos con Dj…nos recibe la niña con su pinta toda de negro, y nos dice: yo no quiero reggaeton, no quiero electrónica, por ahí uno que otro bailable…de resto quiero rock”. Gracias a su gusto por este género musical, Alejandro contaba con algunas canciones en ese momento, y la quinceañera quedó feliz.

Sin embargo, no todas las fiestas salen bien. Una vez contrataron los servicios de ZC para un bazar en un barrio de Ibagué. El evento iniciaba a las 10:00 a.m., y el trato era que al terminar se cancelaría el valor acordado. “Se terminó el bazar a las 4:00 p.m. y los que quedaron ahí eran unos paramilitares…nos dijeron que si apagábamos el equipo teníamos problemas…nos mostraron el revólver…y se fueron y no pagaron”. Esto ocurrió hace siete años, y fue un gran susto para Alejandro y su equipo.

Sin duda, el sentido y dinámica de una fiesta han cambiado con los años. ZC era una empresa que solía amplificar y alquilar  equipos para la Carrera Quinta, en el marco del Festival Folclórico Colombiano, celebrado cada año en Ibagué. A raíz de las riñas y otras formas de violencia que hoy hacen parte de esa festividad, Alejandro decidió retirarse. “Hoy en día, tenemos una sociedad que ha perdido muchos valores…es muy triste poner equipos, llevar un animador, una música, unas luces, y que eso termine en tropel…uno termina siendo cómplice de eso”. Por ello, desde 2006 el mercado para ZC hoy se concentra en fiestas sociales (bodas, quince años, aniversarios cumpleaños), y corporativas (eventos de empresas, lanzamientos de campañas, productos, activaciones de marca y demás reuniones), velando siempre por una sana diversión.

Su paso por el periodismo radial

Pese a que Alejandro Villanueva estudió algunos semestres en las áreas de sistemas, mercadeo y comunicación, decidió arriesgarse a desarrollar su propio negocio.  No obstante, alternó la radio con su empresa ZC. Cuando vivió en Ecuador le fascinó un programa de una emisora local, y le pidió a su padre que lo llevara conocerla. Lo entrevistaron, y quizá, desde ahí, “le picó el bichito de radio”, como él mismo expresa.


Ya en Ibagué, solía escuchar un programa juvenil de la antes emisora Radio Festival. Luego de contactarse con Álvaro Iván Acosta, quien realizaba el programa, éste le invitó a tener un lugar en la parrilla de programación: Zona de Control, el espacio de la miniteca, que duró tres meses. Alejandro programaba la música, pero no hacía locución. Sin embargo, un día que los conductores no lograron llegar a tiempo, tuvo el coraje de sentarse en la mesa, agarrar un micrófono y conducirlo.

Luego, trabaja en Ondas de Ibagué  programando música de los años 60’. Como esta era afiliada al sistema Todelar, Alejandro tuvo la idea de solicitar en Bogotá la producción de Todelar Estéreo, no sólo para hacer crecer a la emisora con nuevos formatos y calidad en el sonido, sino para conocer a los genios de la radio en Colombia. Viajaba a Bogotá los fines de semana. Le dejaban hacer programas de mezclas y aprendió a ser Dj.

Tras permanecer un año en Ondas de Ibagué, ingresa a La Voz del Tolima,  haciendo el programa Energía y Contacto, presentando música en inglés. También, hizo mezclas para la antes Súper Estación que se localizaba en Espinal, y fue conductor de Tropicana. La última etapa de su trasegar periodístico duró seis años en Caracol Radio. Decidió retirarse al sentir que no podía llevar su empresa y la emisora al mismo tiempo.

La proyección de ZC Eventos VIP

Con una remodelación de sus instalaciones y la adopción de nuevas tendencias en sus servicios, ZC Eventos VIP espera seguir consolidándose como una de las empresas más buscadas y reconocidas a nivel regional y local. Con un personal de planta de cinco personas, y el acompañamiento de su esposa Adriana Leal, certificada internacionalmente como Wedding Planner, Alejandro espera mantener la organización y alto nivel de exigencia que han sido la clave de su éxito.

Esto significa un reto, dado que nuevas empresas están llegan a Ibagué por ser una ciudad económica, sobre todo para hacer bodas. Hoy, las fiestas de quince años, grados o matrimonios no son como antes, lo cual implica un esfuerzo mayor a la hora de aplicar los valores corporativos de ZC. Responsabilidad, cumplimiento y objetividad han sido sus banderas en los 29 años de su creación.

Alejandro Villanueva mira con optimismo los nuevos horizontes de su empresa, valorando al cliente y tratando de estar siempre en los eventos que organiza, pues en cada ocasión se tienen unas expectativas que desean verse realizadas. “Me gusta la satisfacción del deber cumplido, cada vez que se hace un evento pequeño o grande, y el cliente queda contento…y sus invitados quedan contentos, despidiéndose con un abrazo fraternal…eso es lo mejor que a uno le puede pasar”.

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