Al estar cerca de completar los 365 días de convivencia con un enemigo silencioso, miserable y mortal, comienzan a rondar por mi cabeza miles de preguntas que van y vienen de manera constante. Hemos visto partir a millones con dolor e impotencia, hemos visto al ser humano actuar de formas que nunca imaginamos, ignorando virtudes tan importantes como la solidaridad y la empatía, en momentos donde tal vez, solo esperábamos un poco de humanidad.
Logramos ser más sensibles y perspicaces con el análisis de nuestro entorno, obteniendo una perspectiva más amplia, hasta tal punto de llegar a ver cosas que siempre estaban ahí pero que ignorábamos. Un sistema de salud totalmente demacrado, una economía nacional ligeramente solidaria y unos mandatarios totalmente desconectados con la realidad del día a día del colombiano. Internacionalmente el panorama es bastante análogo: la concentración de la riqueza en unas pocas naciones, no ha sido ajena a la distribución inequitativa de las vacunas; tan solo 10 naciones manejan el 70% de la producción de las vacunas a nivel global, a pesar de que solo representan el 14 % de la población mundial. El resto de países como nosotros, tendrá que conformarse con vacunar parte de su población, o peor aun, como le sucederá a los 69 países más pobres del mundo, solo una de cada diez personas será vacunada.
En Colombia, el recrudecimiento de la violencia y el aumento de la impunidad en épocas de pandemia, ha sido deprimente. La falta de cumplimiento por parte del gobierno nacional al acuerdo de paz más importante del contienente con la guerrilla mas vieja del mundo, ha recrudecido el aumento de violencia en las regiones más apartadas. Las masacres se volvieron noticia de todos los días, anestesiando nuestro sentir ciudadano y reviviendo recuerdos de las épocas más violentas de esta humilde y olvidada patria. Escuchando a los encargados de la comandancia de la fuerza pública, decir y repetir día tras día, que todas las masacres son hechos aislados y no repetitivos, nos hacen sentir a los ciudadanos con rabia e impotencia y peor aún con un toque de torpeza.
Esta pandemia nos ha dejado claro que sí había plata para la salud y educación, lo que no existía era la voluntad política de algunos gobernantes para destinar los recursos públicos en el acceso universal a la educación y el fortalecimiento de un sistema de salud demacrado y atracado.