“No todos siempre estamos en el lugar correcto, pero todos tenemos la posibilidad de hacer lo correcto desde donde estamos”. Con esta frase comencé en el 2018 un pequeño discurso de grado. Realmente la corta reflexión giraba un poco en el tema común de la corrupción y desearía de algún modo que fuera un tema del pasado por haberle superado, sin embargo, la realidad presenta a diario un insuperable flagelo que se ha enquistado en todos los niveles y pareciera que en todas las personas.
La vida profesional y laboral nos suele llevar por caminos diversos, no siempre estamos en el sitio anhelado, ni sentimos plenitud en el ejercicio de nuestra profesión, ocupación u oficio.
De otro lado, hemos sido educados en la idea de que si actuamos bien, las cosas saldrán bien, y eso no siempre sucede, en ocasiones obramos dentro de lo que se puede considerar como bueno y obtener un resultado negativo, en esos momentos sentimos frustración, pero la frustración no es del todo una mala experiencia, constituye en el mayor de los casos parte del mismo proceso de aprendizaje.
Sentirse frustrado en algo es una oportunidad para mejorar y en cualquier caso no para hacer aquello que se denota como malo. En resumen, todos tendremos días malos y tiempos difíciles en los que nos sentiremos frustrados, en los que nos sentiremos en el lugar equivocado, en un tiempo o lugar que no se corresponde con nuestras expectativas, en donde no se cumple el ideal de vida de tener y poseer impuesto por los estereotipos modernos, pero ello no nos otorgará el derecho de saltarnos el camino correcto.
En la sociedad contemporánea, advierte Diego Bautista en su libro “Ética para corruptos”, los valores giran en torno a tres ejes: el tener, el placer y el anhelo de poder. Estos tres valores de consumo son comprobados a diario, basta revisar los periódicos locales, nacionales e internacionales para encontrar ejemplos, pero también basta mirar las pequeñas acciones con las que a diario se defrauda al Estado, las incapacidades médicas inexistentes por ejemplo, algunas relacionadas con presunta alteración o posible fraude en alguna de las etapas del curso de la incapacidad, la presentación de estados civiles adulterados, el fraude al otorgar certificación de incapacidad o los cobros al sistema de seguridad social en salud con datos falsos.
Las conductas aparentemente inofensivas son realmente las que contribuyen no solo a la defraudación sino a legitimar un estado de cosas que no son buenas y así se repite el círculo corrupto que no tiene fin. Lo peor es que quienes los suelen advertir son cuestionados por quienes deberían institucionalmente tomar decisiones certeras y de raíz que cierren de una vez ese círculo, circulo que en este país le llaman “anillo”.
Nos hemos acostumbrado a que las malas acciones sean llamadas con nombres dulces o infantiles, para desnaturalizarlas de su propia maldad, “carruseles de contratación” “mermelada” “paladita” “tome pa’ los dulces” “miti, miti”, porque cuando las ansias o anhelos de poder se ven influenciados además por el afán de conseguir dinero ignorando el modo correcto de adquirirlo, los individuos actúan como enfermos.
Y no es un misterio que la gran enfermedad de esta sociedad es la corrupción y esta no es nueva, acompaña la historia del hombre, es tan solo que en esta época es advertida como una auténtica causa que genera estancamiento, que no permite el desarrollo de las naciones.
Afrontar este especial y desolador escenario requiere de líderes, pero no para mandar o dirigir, sino para influir positivamente en la vida de quienes le rodean, habilidades puestas al servicio de otros que a su vez puedan contribuir con las suyas, se requiere líderes que den ejemplo, pero que también demuestren firmeza en la toma de sus decisiones cuando adviertan en sus colaboradores actuaciones inadecuadas.
Llamar a hacer lo correcto no supone llamar al conformismo, es llamar a que los ciudadanos entiendan que sea donde quiera que la vida los coloque, sea un trabajo modesto o de gran evergadura, lleven una vida buena, una vida en la que puedan dormir tranquilamente, una en la que puedan ser modelo para otros.
No es convidar a una tarea sencilla, por el contrario, es aceptar una dura pero satisfactoria prueba, porque obrar bien no es fácil, el camino de las personas correctas está rodeada de grandes y difíciles retos, de muchas tentaciones asociadas justamente al poder y el dinero. Pero es que una vida fácil sin mayor sacrificio es entonces una vida que no merece ser vivida, que nuestro sacrificio sea entonces dejar de verle algo bueno a ser corruptos.