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El drama de ser joven en Ibagué

En Ibagué se ha vuelto regular e incluso normal hablar de la crítica situación que atraviesa la ciudad en materia de empleo, un problema que –al menos desde que se tiene un registro estadístico formal– se ha caracterizado por altas tasas de desempleo y una vasta oferta de mano de obra, generada a su vez, por una alta presión de la población joven. Bajo estas condiciones, no hay que hacer mucho esfuerzo intelectual para llegar a la conclusión de que ser joven en Ibagué se constituye en un verdadero drama.

Recientemente, el Departamento Nacional de Planeación publicó los resultados de un estudio que demostró que la mitad de la población desempleada en el país corresponde a personas jóvenes –entre los 14 y 28 años de edad–, y entre las ciudades con las tasas de desempleo juvenil más altas se encuentra en primer lugar Cúcuta con el 21,5% seguida de Ibagué con el 21,4%.

No obstante, comparar las estadísticas de Ibagué con las de Cúcuta carece de sentido, pues esta última atraviesa una coyuntura particular causada por la crisis fronteriza y el desplazamiento hacia la ciudad por parte de nuevos residentes provenientes de Venezuela, que tuvieron repercusiones directas sobre la pobreza, el acceso a servicios básicos, el empleo, etc. Esto significa que, en condiciones generales, los jóvenes ibaguereños nos enfrentamos al peor escenario del país para acceder a un empleo.

Generalmente, a los jóvenes se nos identifica por nuestra falta de habilidades y experiencia laboral, lo cual en principio, nos vuelve menos atractivos para los empleadores. De otro lado, el alcance de nuestros tejidos sociales, en los que a menudo se originan las ofertas de trabajo en un mercado tan estrecho como el local, suele ser menor que el de las personas de mayor edad.

En Ibagué, además de esas condiciones, nos encontramos con una disminución sistemática en las tasas brutas de cobertura educativa en todos los niveles, pasando de 93,08% en primaria, al 63,56% en la educación media, lo cual sugiere que los jóvenes abandonan el colegio para salir a trabajar.

La realidad es aún más crítica si se examina la cobertura en educación superior, que tan solo se aproxima al 15%. Es decir que gran parte de la mano de obra joven que se encuentra en el mercado laboral, no está suficientemente cualificada, afectando directamente nuestro nivel de ingreso, nuestras posibilidades de movilidad social y generando fuertes repercusiones en el desarrollo de la ciudad.

Como si no fuera suficiente, según el DNP, un desempleado en Ibagué tarda en promedio 26 semanas para encontrar trabajo, mientras que la informalidad laboral es del 57%. El problema no es sólo permanecer en el sistema educativo, sino hacerlo de tal forma que después podamos acceder efectivamente a un empleo de calidad, bien remunerado y en condiciones formales.

Debemos tener en cuenta que el mercado de trabajo local es especialmente sensible a las condiciones económicas del país, prueba de ello es que tanto el desempleo como la pobreza de Ibagué aumentaron en el periodo en que el crecimiento del PIB nacional disminuyó en relación con los años anteriores.

Esto sucede porque la mayoría del empleo local se concentra en el sector comercial, el de servicios comunales y (en los últimos años) en la construcción, los cuales se identifican no solo por estar sujetos a las condiciones macroeconómicas, sino también por facilitar condiciones de informalidad.

Bajo este panorama, para los jóvenes en Ibagué, poder educarnos en condiciones de calidad y conseguir un empleo que nos garantice un nivel de ingreso digno y las condiciones necesarias para nuestra realización personal, se parece más a un lujo que a un derecho.

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